lunes, 9 de diciembre de 2013

El problema de Rusia en Ucrania

 

Kiev, centro del conflicto Ucraniano

Rafael Poch | 06/12/2013

Sin contener nada social, Rusia, con su tradición autocrática, su corrupción y su economía incierta, es incapaz de seducir a las sociedades de su entorno.

En la batalla entre Rusia y la Unión Europea por ver quien se queda con Ucrania, hay un problema que nadie contabiliza pese a que está en el centro de la situación. Se trata del problema de Rusia. Más allá de la minoría rusófoba que existe en Ucrania Occidental, el hecho central es que a pesar de la proximidad cultural, histórica y civilizatoria existente entre la inmensa mayoría de los ucranianos y los rusos, Rusia no es atractiva para ellos. Muchos ucranianos no ven en la hermana Rusia una perspectiva de futuro y modernización. Y los motivos son claros.

Rusia adolece de los mismos vicios y enfermedades que el pueblo ucraniano sufre en su país. Aunque gracias a una mayor capacidad de consenso y de rebelión contra la injusticia, el poder autocrático sea más leve en Kiev que en Moscú, uno encuentra en ambas capitales sistemas parecidos de corrupción y de capitalismo de estado-oligárquico. Es inevitable que muchos ucranianos, especialmente la juventud deseosa de cambio, vean en una integración con Rusia un mero fortalecimiento de su propio sistema que rechazan, por más que tal integración esté cargada de racionalidad económica e histórica para muchos de ellos. Las ventajas de lo segundo no alcanzan para compensar el desagrado hacia lo primero.

Algo parecido, pero al revés, ocurre con el acuerdo propuesto a Ucrania por la Unión Europea: que sus condiciones sean un completo abuso y desastre para Ucrania, es secundario en este contexto, pues lo que domina es la ilusión de un cambio de sistema.

En este sentido, la batalla entre las potencias occidentales opuestas a la consolidación geopolítica de Rusia (Estados Unidos y la OTAN, Alemania, Polonia y otras) y Moscú, se decide sobre todo en Moscú. Esa batalla comenzó con la misma disolución de la URSS en 1991 y dura ya 22 años. A lo largo de todos estos años, pese a acuerdos más o menos exitosos e inestables con los oligarcas de Donetsk y Dniepropetrovsk en materia de gas o de la presencia de la flota del Mar Negro en los puertos de Crimea, Rusia ha ido más bien perdiendo posiciones en el imaginario. Para vencer Rusia debe ganarse a la población ucraniana, debe ser capaz de proponer, no a los oligarcas sino a la ciudadanía, una vía de desarrollo moderna, en lo material y social, en lo político y en lo económico: una vía capaz de seducirla.

Desgraciadamente –porque la consolidación de un polo ruso es deseable en nombre de la pluralidad mundial y del contrapeso a la dictatorial hegemonía occidental de la mundialización- estamos bastante lejos de eso. Mi impresión es que esto no se entiende en Moscú y que en gran medida no es computable por el sistema de poder que hay allí.

Esta circunstancia hace inevitable entrar en el problema de Rusia para entender la batalla de Ucrania.

El poder que Putin preside en Moscú es un conglomerado formado por el tradicional estatismo ruso y el sistema de magnates parasitarios heredado del yeltsinismo. Putin y sus guardias civiles del ex KGB pertenecen al primero de los polos de este conglomerado. Tienden a poner por delante los intereses de la potencia rusa y enfatizan su autonomía, lo que determina cierta orientación hacia lo estatal y público, planes de inversiones y esfuerzos estratégicos, etc, y, por supuesto, una mayor hostilidad occidental. Por el contrario, su gobierno encabezado por el primer ministro y ex presidente Dmitri Medvedev, está dominado por neoliberales abiertos a la influencia occidental y de los magnates rusos. Esta división, repleta de tensiones y contradicciones, impide formular planes de desarrollo coherentes que liberen el enorme potencial de la economía y la sociedad rusa, que cuenta con un enorme mercado y una sólida base de conocimiento y capacidad industrial, pero que continua presa de la extracción y exportación de materias primas.

El país sufre una falta clamorosa de inversiones en sus infraestructuras industriales y sociales. Su complejo industrial-militar y la alta tecnología, sus redes de transportes terrestres, ferroviarias y aéreas, precisan de fuertes inversiones, pero el capital de los magnates prefiere colocar su dinero en el extranjero o dedicarlo a la especulación cortoplacista, mientras que los sectores neoliberales se oponen a toda regulación estatal.

Hasta ahora la popularidad de Putin se sostuvo sobre la relativa prosperidad y el considerable crecimiento que el país experimentó en sus dos primeros mandatos presidenciales. Aunque todo estuvo muy mal repartido, algo llegó a la población, se mejoraron un poco las pensiones y los sueldos de los funcionarios, por más que la gente de talento siga prefiriendo trabajar en un seudobanco haciendo operaciones de casino que en el ministerio de exteriores o la Academia. Que por primera vez en veinte años, las cosas no fueran a peor le dio a Putin una gran base. Ahora, cuando lo que hay por delante es más bien un periodo de estancamiento (el crecimiento es del 3,5% y con el índice de inflación significará caída de ingresos para la mayoría) a Putin le esperan tiempos difíciles.

Sin apartar del poder a los neoliberales -algo que inevitablemente provocaría acusaciones de dictadura en Occidente y beatificación de los depuestos- va a ser muy difícil acometer los programas de desarrollo necesarios para modernizar el país y su sociedad, y dinamizar el mercado de 200 millones del que la unión aduanera propuesta a Ucrania es aspecto fundamental. En lugar de eso, Putin surfea entre las dos tendencias de su conglomerado que se anulan mutuamente, lo que agrava la perspectiva de estancamiento.

Eso está ocurriendo mientras alrededor de Rusia se está formando un ambiente tan abiertamente hostil que comienza a parecerse a la guerra fría. Vista desde Moscú, la estrategia occidental está actuando donde más daño puede hacer: sobre el sector de la energía, con el apoyo a rutas alternativas a los gaseoductos rusos, para que el gas de Asia Central pueda llegar al mercado mundial sin pasar por Rusia, impulsando la extracción del gas de esquisto para bajar el precio del gas ruso o estableciendo medidas antimonopolio contra el consorcio Gazprom desde Bruselas. Todo eso ha llevado a Rusia a aumentar su exportación hacia Oriente; hacia China -con quien por fin se ha llegado a un acuerdo sobre precios- hacía Japón y Corea.

Solo un regreso a su tradición social podría cautivar de nuevo a la juventud de Eurasia, pero para ello se necesita un cambio en Moscú. De momento, los movimientos sociales en Rusia apenas están despertando, mientras las protestan que se han visto estos últimos años en Moscú, la ciudad mimada y privilegiada que concentra el grueso de los flujos económicos, han sido muy poco sociales. La revuelta de Rusia contra su oligarquía es cosa del futuro. Así que sin contener nada social, Rusia, con su tradición autocrática y su corrupción, y con su economía incierta es incapaz de seducir a las sociedades de su entorno, Ucrania en primer lugar.

En ayuda de Putin actúa el hecho de que también la Unión Europea está metida hasta las cejas en una crisis que va a ir a más. Moscú ha obtenido un éxito de política exterior al desmontar con un acuerdo el plan bélico hacia el que se dirigían americanos y franceses en Siria. El principio de acuerdo con Irán también es una buena noticia para ella. Recordemos que el plan del escudo antimisiles, claramente diseñado contra el arsenal estratégico de Rusia, se justifica por el fantasmagórico “peligro iraní”. En buena lógica, como ha dicho el ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov, en Bruselas, eso debería conducir al abandono del plan. No va a ocurrir.

De momento lo que tenemos es una batalla de Ucrania en la que las potencias europeas, con Alemania en primer lugar, muestran una beligerancia inusitada: los ministros de exteriores de Polonia y Suecia han expresado su apoyo a la protesta popular. El ex primer ministro polaco Jaroslav Kaczynski ha intervenido en los mitines de Kiev. Berlín ha advertido al Presidente ucraniano contra el uso de la violencia y apoya directamente a dos partidos que organizan la protesta desde la fundación Konrad Adenauer de la CDU. El gobierno alemán alecciona al ucraniano y califica el sistema judicial que mantiene encarcelada a la magnate prooccidental Julia Timoshenko, tan corrupta como sus adversarios, de “justicia selectiva” –algo que más allá de su realidad es un claro exceso diplomático e ignora que la justicia selectiva europea ha sido norma por ejemplo en los Balcanes- mientras el ministro de exteriores Guido Westerwelle se pasea por el escenario de las protestas en Kiev en compañía de sus líderes, entre banderas de “Svoboda”, un partido de extrema derecha abiertamente antisemita… Toda esa solidaridad con “la justa causa popular” contrasta mucho con la actitud demostrada hacia las protestas contra el diktat de Bruselas y Berlín en Europa.

¿Cuánto tiempo será aún vista esta Europa impresentable como modelo, por las futuras víctimas de su arrolladora expansión hacia el Este?

Feruli Etiquetas de : , ,

viernes, 29 de noviembre de 2013

¿Nueva Ruta de la Seda?: China marcha a la 'conquista' de Europa y Asia Central

 

clip_image002

blog.chinatells.com

En su 'marcha hacia Occidente' el primer ministro Chino llegó esta semana a Europa para visitar Rumanía, tras asistir a la reunión de líderes de China-Europa Central y Oriental (CECO). Una marcha que vislumbra una nueva Ruta de la Seda.

Durante la reunión con su homólogo rumano, el mandatario chino Li Keqiang anunció que su país tratará de duplicar el comercio con los países del centro y este de Europa para el año 2018. El valor de los intercambios comerciales entre China y Europa Central y del Este llegó a 52.000 millones de dólares en los primeros diez meses de 2013. Si se alcanza la meta de Li, el comercio de China con la región debería elevarse a más de 120.000 millones de dólares en los próximos cinco años.

Los planes de China

Pero, ¿cómo pretende China lograr esta meta? El gigante asiático planea seguir un camino ya conocido: apoyar el financiamiento de proyectos de infraestructura a gran escala, como atestigua el compromiso de Pekín de construir un ferrocarril entre Hungría y Serbia (ambicioso plan que vinculará en el futuro China con centro Europa). 
Un compromiso que manifestaba el ministro Li durante su reciente visita a Europa, en la que aseguró que el apoyo financiero de su país se extenderá también a sectores como el de las manufacturas, la energía hidráulica y la energía nuclear, según el diario 'China Daily'.
Si bien el 'modus operandi' chino no es ninguna novedad, si parece serlo el momento elegido para esta visita: la reunión con Rumanía se produce una semana después de que Li asistiera a una cumbre con la Unión Europea y precede a una reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái, que incluye a primeros ministros de los países de Asia Central vecinos de China. 
Este calendario parece esbozar el propósito estratégico real que se oculta detrás del acercamiento a Europa Central y Oriental: 'la marcha hacia Occidente' de China parece aspirar a perfilar una nueva Ruta de la Seda.

'Divide y vencerás'

Para ello, Li ha definido la cooperación de China con los países de Europa central y oriental como "algo distinto de la relación de China con la Unión Europea en su conjunto".
En parte, esto es por necesidad, pues de los 16 países europeos representados en la reunión de la CECO, cinco (Albania, Bosnia y Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia) no son actualmente miembros de la Unión Europea.  En cambio, China planea enmarcar su cooperación en la fórmula '1+16 '; esto es, China, junto a los 16 países del centro y el este de Europa, comprometiéndose, según Li, a "complementar" el marco de la Unión Europea, no a "derribarlo". 
Por su parte, los dirigentes de la Unión Europea se han apresurado a señalar que todas las ofertas económicas chinas deberán seguir las normas comunitarias vigentes.
Aun así, de acuerdo con algunos expertos, es difícil no pensar que algunas de estas naciones europeas vayan a aceptar la cooperación con China como una alternativa a la adhesión a la Unión Europea. Algo similar a lo que está ocurriendo con Turquía, que contempla unirse a la Organización de Cooperación de Shangái, liderada por China, tras años de espera para entrar en el club europeo. Incluso países que ya son miembros de la Unión Europea probablemente disfrutarán de la oportunidad de asociarse con China y su economía en auge mientras Europa sigue luchando contra la recesión.

Alcance global

Pero más allá de rediseñar la Ruta de la Seda, las aspiraciones de China son de alcance mundial, ya que estudios recientes sugieren que las relaciones económicas de Pekín suelen ir acompañadas de un mayor apoyo político a la nación asiática en los foros internacionales.
Cuantos más países haya que acepten y lleguen a depender de la ayuda económica de China, mayor será el poder de China en organismos internacionales como la ONU

Texto completo

en: http://actualidad.rt.com/economia/view/112549-china-ruta-seda-europa-asia-central

lunes, 18 de noviembre de 2013

UE: El auge de los partidos de extrema derecha es un eco escalofriante de la década de 1930

 

 

Marine Le Pen                        Geert Wilders

 

John Palmer · · · · ·

“Un antídoto contra la extrema derecha requiere que la izquierda europea articule y desarrolle una alternativa global al estancamiento económico, la creciente disparidad de renta y riqueza y la degradación de nuestros derechos sociales, libertades civiles y derechos democráticos.”

Después de haber restado importancia a sus simpatías fascistas, la extrema derecha reaparece, después de un lavado de cara de relaciones públicas. Hay que frenarlos a tiempo.

Desde la crisis bancaria mundial en 2007, los comentaristas de todo el espectro político han predicho con toda seguridad no sólo el inminente colapso del euro, sino la implosión inevitable, más pronto que tarde, de la propia Unión Europea. Nada de ello ha ocurrido. Pero el proyecto europeo, que se inició después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, se enfrenta a la amenaza más grave de su historia. Esa amenaza se ha prefigurado escalofriantemente esta semana con el lanzamiento de una alianza pan-europea de partidos de extrema derecha, encabezada por el Frente Nacional francés y el Partido de la Libertad holandés liderados por Marine Le Pen y Geert Wilders respectivamente, que se han juramentado para acabar con "el monstruo de Bruselas".

Es evidente que el crecimiento del apoyo a los partidos de extrema derecha, anti-europeos, y contra los inmigrantes ha sido alimentado por la peor recesión mundial desde la década de 1930: el desempleo masivo y la caída de los niveles de vida, agravado por la obsesión derrotista por la austeridad de los líderes europeos. Los partidos que se escondía en las sombras, disimulando sus simpatías con el fascismo y el nazismo han reaparecido, después de haberse lavado la cara en una operación de relaciones públicas. Marine Le Pen, la dirigente del FN francés, minimiza el registro antisemita de su partido. El líder de la extrema derecha holandesa ha arado un surco ligeramente diferente, movilizando el miedo y la hostilidad no contra judíos, pero si contra los inmigrantes musulmanes. Al igual que Le Pen, Wilders esta obsesionado por una supuesta amenaza cosmopolita de la Unión Europea a la identidad nacional. Es un coro del que se hacen eco en otros países el Partido Popular danés, el Partido Finés y el Vlaams Belang flamenco, entre otros.

Los populistas franceses y holandeses están manteniendo cuidadosamente la distancia, por el momento, de partidos abiertamente neo-nazis, como Amanecer Dorado en Grecia, cuyas milicias paramilitares (Sturmabteilung) han aterrorizado a los refugiados e inmigrantes en Grecia, y a los fanfarrones húngaros de Jobbik, que acosan a la minoría romaní.

Según algunas encuestas, la extrema derecha podría ganar casi un tercio de los escaños del Parlamento Europeo en las próximas elecciones de mayo de 2014. Los partidos de centro - democristianos, socialdemócratas y liberales – seguirán teniendo muchos más eurodiputados. Pero a la hora de formar una mayoría creíble en el Parlamento Europeo, todos estos partidos podrían verse obligados a una cohabitación cuya proximidad no es precisamente lo mejor para la democracia.

Tal situación recordaría inquietantemente a 1936, cuando el centro y la izquierda - sobre todo en Francia - frenaron temporalmente el apogeo del fascismo a costa de crear una coalición sin principios e ineficaz. Su caída en vísperas de la Segunda Guerra Mundial aceleró la llegada del régimen colaboracionista de Philippe Pétain. La historia no suele repetirse de forma automática, pero sería absurdo correr el riesgo.

Más preocupante que el crecimiento de la extrema derecha son los gestos apaciguadores a los racistas y anti-inmigrantes de los principales políticos conservadores e incluso demócratas liberales y de algunos de los nuevos ideólogos populistas del "laborismo azul". La advertencia de los David Blunkett y similares de que la hostilidad hacia los inmigrantes gitanos podría dar lugar a una "explosión" popular recuerda la retórica de Enoch Powell.

Un antídoto contra la extrema derecha requiere que la izquierda europea articule y desarrolle una alternativa global al estancamiento económico, la creciente disparidad de renta y riqueza y la degradación de nuestros derechos sociales, libertades civiles y derechos democráticos. Pero esa alternativa tiene que construirse tanto a nivel nacional y local como europeo, así como, y requerirá más, no menos, integración europea.

El tiempo se agota, no sólo para los socialdemócratas europeos, sino también para la izquierda socialista en general y los verdes, para demostrar que pueden crear un contrapeso a la deriva hacia la derecha del centro. Sin el, la nueva alianza de extrema derecha sólo tiene que mantener unida y esperar su momento para atacar.

John Palmer fue el editor europeo del Guardian y fundador y director del European Policy Center.

Traducción para www.sinpermiso.info: Enrique García

Feruli Etiquetas de : , ,

lunes, 28 de octubre de 2013

Francia: la caída anunciada

 

 

Brignoles, un triunfo del Frente Nacional en Francia

 

Hugo Moreno · · · · ·

Con la derrota de Nicolas Sarkozy, en mayo de 2012, la derecha conservadora sufrió un duro golpe y entró en desbandada. Sin embargo, la victoria del socialista François Hollande tenía un escaso margen de confianza. El voto fue contra Sarkozy, un voto de rechazo, por la negativa; un sentimiento de alivio. Pero lejos de toda esperanza, salvo en la de algunos creyentes, que siempre existen.

Los cuatro millones de votos por el Frente de Izquierda (11 %) –que luego contribuyeron a la elección de Hollande— tuvieron ese sentido. Por otra parte, la abstención, próxima al 20 %, y en particular el voto del Frente Nacional (que recogió más de 6 millones de votos. casi el 18 %), mostraron un panorama político confuso y peligroso.

En poco tiempo, el equipo de Hollande y su primer ministro, Jean-Marc Ayrault, se encargó de borrar cualquier resto de optimismo. La aplicación de una política neoliberal privilegiando el sometimiento a la “Troika” y a sus imperativos de austeridad y rigor, el alineamiento internacional con los Estados Unidos, entre otros, no permitió hacer la diferencia con el gobierno precedente.

En los hechos –y en lo esencial— Hollande apareció como una continuidad delsarkozismo, abandonando una tras otra hasta sus más tibias promesas. La ley presupuestaria 2013, con su contenido de austeridad y disminución drástica del gasto público; el pacto de competividad –caballo de batalla de la organización patronal Medef— imponiendo la baja del costo salarial; la ley sobre la Salud y la Seguridad Social, cuestionando uno de los fundamentos del Estado de Bienestar desde 1946, son algunos ejemplos. Finalmente, la “reforma” del sistema jubilatorio que prolonga a 43 años la cotización de trabajo efectivo, aprobada el 15 de octubre por 270 diputados contra 249 (la derecha UMP, por sus propias razones e intereses, y también los representantes del Frente de Izquierda) y la abstención de Europa-Ecología-Verdes –que están en el gobierno— y los Radicales de Izquierda. (Sobre la reforma del sistema jubilatorio hay que destacar la abstención de 17 diputados socialistas, que no acataron la disciplina partidaria).

Esos son solo algunos datos de un inventario mucho más largo. No resulta extraño, pues, el rápido descrédito en que se hunde el gobierno, impotente para resolver los problemas fundamentales (el cierre de fuentes productivas, la desocupación creciente, la disminución del poder adquisitivo, el deterioro de la salud pública, etc.). Resultado: en un año y medio de gestión, Hollande recoge una opinión ampliamente desfavorable, más negativa que la que tenía Sarkozy al final de su mandato, que es mucho decir. La funambulesca travesía sobre una cuerda floja deja ya adivinar una eventual caída en el abismo.

Al mismo tiempo, el FN de Marine Le Pen consolida su posición de tercer partido de Francia, con una marcada tendencia a su favor. Fue largo el camino recorrido desde 1972, cuando los grupúsculos nostálgicos del orden fascista, del Estado Francés de Pétain y de la Argelia francesa fundaron el FN. Recién en las elecciones municipales de 1983, el partido de Jean-Marie Le Pen logró un progresivo avance, influenciando sectores de la población, obreros y empleados, comerciantes, pequeños productores rurales, desocupados. Y además, fue ganando terreno en el plano político y cultural con su influencia sobre sectores de la derecha conservadora y su electorado tradicional. El duelo entre François Fillon, ex primer ministro de Sarkozy, pronunciándose por el “ni-ni” entre el FN y el PS, y su rival Jean-François Copé, jefe actual de la UMP, heraldo de una “derecha descomplejada” y que, sin reparos, asume buena parte del discurso lepenista, es un ejemplo. Si no fuera por la gravedad de lo que anda en juego, las élites políticas de las clases dominantes parecieran jugar un papel en una comedia ligera.

El fin de los Treinta Gloriosos, con su agotamiento desde los años 80 del siglo pasado, y en particular lacrisis mayor que estalló, con violencia, en los últimos años, abonaron el terreno para los argumentos –simplistas pero efectivos— del “populismo” de derechas. La vieja extrema derecha, tratando de ocultar su propio pasado con una dudosa “honorabilidad”, se presenta como el partido del orden, nacionalista, xenófobo, atizando todos los “miedos” ancestrales y actuales de una sociedad golpeada y atomizada al extremo.

La Europa neoliberal, la mundialización, la exclusión geográfica y social en zonas “periféricas”, el aumento de las desigualdades, la desindustrialización, la desocupación –11 % según las últimas cifras oficiales; mayor en realidad—, todo confluye para alimentar los temores. El miedo al “otro”, al extranjero, a los “nuevos bárbaros” que nos rodean y se aprestan a invadirnos, supuestamente. Esos temores pueden ser imaginarios, pero es así como se perciben en una franja social amplia, en particular en los sectores más frágiles económica, política y culturalmente. El rechazo al sistema político estimuló, además, el renacimiento de aquel nefasto Tous pourris (todos podridos) común a esta ideología del miedo y el desencanto. En otros tiempos y circunstancias, conviene siempre recordarlo, disposiciones de ánimo parecidas contribuyeron los suyo a generas las tremendas catástrofes conocidas durante el siglo XX.

La “lepenización” de la derecha liberal, acentuada durante el sarkozismo, legitimaron el Frente Nacional como un “partido como los demás”. Al mismo tiempo, tanto losaffaires de la UMP, que involucraron a altas personalidades del Estado, como los del Partido Socialista, desde el caso Strauss-Kahn hasta el más reciente del ministro encargado del presupuesto, Jérôme Cahuzac, aportaron agua al molino. Como es público, Cahuzac –el encargado de la gestión fiscal y de perseguir precisamente el fraude– tenía él mismo depositados 600.000 euros en una cuenta oculta en Suiza. Denunciado por Mediapart, fue el primer escándalo del gobierno de Ayrault. El ministro tuvo que renunciar y fue separado del partido. Pero el daño moral y político ya estaba hecho. Esos son los terrenos donde germinan las pestes más nefastas, y la factura siempre se paga. Por ahora, expresado con un fuerte rechazo a la política, al régimen de partidos, con la abstención. Pero también, mucho más peligroso, con el ascenso del partido lepenista. Éste saca provecho de las aguas que bajan turbias, y se postula como el partido popular antisistema. La falacia extrema es la repetida amalgama “UMPS”, o sea, todos iguales, centro-izquierda y derecha liberal.

Se agrega la denuncia contra la Europa y el tratado de Schengen, levantado como espantapájaros, supuestamente favorable a la “invasión” de los nuevos bárbaros. Poco o nada tiene que ver con la realidad, pero se martillea con la idea hasta lograr que penetre. A pocas semanas de la terrible tragedia de Lampedusa, esos propósitos resultan de una obscenidad insoportable. Sin embargo, cuando la memoria es corta, la repetición sistemática de la mentira deja su huella. Bien lo sabían los fascistas y los nazis en los años 30. ¿Cómo no iba, así pues, a difundirse en este clima putrefacto una extraña confusión, cuyo principal beneficiario es la extrema derecha? Esa misma que se rasga hoy las vestiduras, con irritante cinismo y estupefaciente hipocresía, cuando se la llama por su verdadero nombre, suyo por naturaleza y por propia elección.

En esta coyuntura, quien saca el mayor provecho es el Frente Nacional. Un reciente sondeo de la agencia Ifop para “Le Nouvel Observateur”, por ejemplo, le otorga una intención de voto para las elecciones europeas, en 2014, próxima al 24 %. Con la precaución necesaria para analizar toda encuesta –como es sabido, la “opinión pública” también se fabrica— es probable que este pronóstico no ande muy lejos de la realidad. En todo caso, el resultado reciente (13 de octubre) de las cantonales parciales en Brignoles (Var), pequeño municipio situado entre Marsella y Tolosa, hicieron aparecer una situación inquietante. Eliminada en el primer turno la lista PS, así como PCF-Frente de Izquierda, el FN se enfrentó en un duelo electoral con la derecha liberal de la UMP. Con una participación superior, el segundo turno consagró al candidato lepenista Laurent López. Éste obtuvo un 53,9 % de votos contra 46,1 % de la candidata UMP (sostenida por un “pacto republicano” que no funcionó). Se puede especular con que se trataba de la tercera elección en dos años –las dos primeras habían sido invalidadas—, con que Brignoles “no es Francia”, o con lo que se quiera; pero eso no altera el resultado ni sus consecuencias. La progresión y el enraizamiento del FN es un hecho.

El gobierno de Hollande no encuentra solución ninguna, como no sea la tentativa, huera y peligrosísima, de intentar competir con el lepenismo en su propio terreno. La polémica suscitada por Manuel Valls, el ministro del Interior, es un ejemplo. El 24 de septiembre declaró públicamente que esos “gitanos”, procedentes en gran parte de Rumania y Bulgaria, “no eran integrables, salvo algunas familias, y tenían vocación de retornar a sus países de origen”. (Vale la pena recordar que éstos pertenecen a grupos humanos nómadas establecidos hace 1000 años en Europa, y particularmente en la Centroeuropa oriental, en donde son actualmente una minoría de entre 10 y 12 millones. 20.000 han llegado a Francia en los últimos diez años; el desmantelamiento de sus campamentos, así como las expulsiones comenzaron a generalizarse en 2007). Los propósitos de Manuel Valls chocaron hasta en el propio seno del gobierno. Cécile Duflot, representante de los Verdes y ministra de Vivienda, denunció públicamente “el peligro de una ruptura del pacto republicano”. Otros tenores del PS –incluso de su dirección– también los desaprobaron; no así Hollande, que guardó un “normal” silencio, limitándose a un llamado a la unidad.

Jean-Luc Mélenchon y Pierre Laurent, dirigentes del Frente de Izquierda, los condenaron duramente, así como otras organizaciones políticas y asociativas. No era para menos, pues la estigmatización de los “gitanos” –un hecho inédito desde la segunda guerra mundial– va contra los principios del derecho internacional y del respeto a los más elementales principios democráticos y humanos. Sin embargo, estos propósitos tuvieron eco favorable en dos tercios de los franceses, según informa, entre otros, el diario popular “Le Parisien”. Ese es el clima malsano que reina en Francia en estos días.

Otro acontecimiento se sumó en las últimas semanas. El 9 de octubre, una joven de origen kosovar, Leonarda Dubroni, 15 años, escolarizada desde hacía cuatro en su región de Doubs, fue expulsada de Francia. Un destacamento de gendarmería y la policía aeroportuaria la hizo descender de un autobús escolar, reunirse con su madre y hermanos, y los embarcó en un avión rumbo a Mitrovica, Kosovo, en donde ya se encontraba el padre expulsado un tiempo antes. Revelador de una política brutal contra la inmigración “ilegal”, el hecho tomó importancia por tratarse justamente de una joven escolarizada, integrada ya en la sociedad francesa. Cualesquiera que sean los argumentos jurídicos y/o administrativos utilizados, la expulsión de Leonarda y su familia cobró una importancia nacional. Unos y otros trataron de utilizarla para llevar agua al propio molino. Finalmente, obligó a una intervención pública del presidente Hollande, ofreciendo a Leonarda la posibilidad de regresar a Francia, aunque no a su familia. A la impotencia presidencial se sumó así el ridículo. ¡El presidente de Francia ofreciendo por televisión una “escapatoria”, aberrante en sí misma, a una joven de 15 años !

El asunto fue aún más lejos. Aprovechando la ocasión, el dúo de amigos/adversarios representado por Copé y Fillon, se precipitó para poner en cuestión, nada menos, y cada quién a su manera, uno de los principios democráticos más arraigados en la historia moderna del país : el derecho al suelo. O sea, es francés quien nace en Francia. Con algunas condiciones y restricciones que fueron imponiéndose en los últimos años, ese principio se mantuvo siempre vigente. El mismo Sarkozy se negó a revisarlo cuando las tendencias duras del UMP lo presionaron en ese sentido.

Ahora, sus amigos y eventuales adversarios, lo proclaman abiertamente. Es otro paso en el acercamiento ideológico al FN de Marine Le Pen. Ésta se frota las manos y reafirma que siempre es mejor el original que la copia... En resumen, todos los ingredientes están concentrándose para un desastre. La caída estrepitosa de François Hollande le abre una amplia avenida. Por supuesto, hay motivos para inquietarse; alegrarse sería insensato.

La próxima estación serán las elecciones municipales de marzo 2014. En ellas, elFrente de Izquierda tendrá una oportunidad para afirmar su presencia y convertirse en un factor decisivo de la recomposición de una Izquierda realmente digna de ese nombre. En caso contrario, con el escrutinio proporcional en estas elecciones, puede aparecer una disyuntiva dominada por la hegemonía política e ideológica del lepenismo. Es un peligro real.— París, 25 de octubre de 2013.

Hugo Moreno es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.

Feruli Etiquetas de : , ,

lunes, 9 de septiembre de 2013

Partidos políticos, ¿o comités electorales?

 

Parlamento Italiano, democracia desacreditada

 

Rossana Rossanda

La requisitoria contra los partidos, hecha incluso por amigos queridísimos además de ciudadanos intachables, como Marco Revelli, ha llegado hasta su exponente más frágil, el Partido Democrático, demostrando que el resultado es la transformación del partido en simple comité electoral. ¿Qué era un partido si no una idea y propuesta de sociedad, que hacía propia una parte de ella, como dice la misma palabra, y se presentaba a una población compuesta por partes sociales diversas y asimismo opuestas? En este sentido es en el que la Constitución del 48 señala en los partidos, agregados de ideas e intereses, los instrumentos típicos de la democracia, los “cuerpos intermedios que organizan la reflexión entre la sociedad y el Estado, y por medio de las elecciones expresan la fracción mayoritaria”. Con un solo límite, el pacto constitucional, dentro del cual y sin salirse de él los partidos son libres de moverse y modificarse.

Esta estructura del pensamiento político moderno lleva estallando desde 1989 en adelante con la crisis de los partidos comunistas y de ese “compromiso keynesiano” que nació tras el desastre económico del 29, el surgimiento de los fascismos y la Segunda Guerra Mundial. Y que ha estado en la base de las constituciones democráticas, como la nuestra. Ésta reconocía que hay intereses opuestos entre capital y asalariados, e intentaba frenar bien una revolución como la rusa de 1917, bien una reacción como la fascista y nazi, poniendo límites a la clase más fuerte, la del capital. Era entonces opinión común que debía corregirse el modo de producción capitalista dominante en Occidente. La oleada neoliberal reiniciada  por Thatcher y Reagan ha proclamada la unicidad y eternidad de la ordenación capitalista con la famosa “TINA” [“There is no alternative” – “No hay alternativa”] y ha puesto fin a los “partidos” como expresión de “partes sociales”, dejando legitimidad solamente a los bilateralismos anglosajones y a un modo en parte diferente de  administrar la única sociedad posible, la capitalista. Y este retorno a Von Hayek se le le ha antojado persuasivo a los herederos de los partidos comunistas; es más, como dijera D’Alema, es la “normalidad” a la que deseaban que llegase Italia.

Desde ese momento, también los partidos que han seguido llamándose de izquierda han dejado de expresar una idea diferente de sociedad, con relativos valores y contravalores, adversarios y objetivos, y su eje se ha desplazado de la propuesta de una idea de sociedad y de país a la promoción de las personas que se presentan como candidatas para dirigirlos. No sorprende que el más afectado y asolado por el cambio sea el heredero del Partido Comunista, el PD. Atravesado por luchas furibundas entre los que se autoproponen ceñirse al presente y los pocos que querrían mantener una diferencia social, ser ,en resumen, no digo todavía comunistas sino todavía keynesianos. La mayoría, también en la llamada sociedad civil, no quiere volver a oír hablar de conflictos y prefiere lamentar la degeneración moral de una política que no puede ser más que ésa. Y no quieren saber nada, no por casualidad, de la propuesta de Fabrizio Barca, consistente en restituir a los partidos solamente el papel de proponentes de ideas de sociedad, separándolos de las instituciones del Estado, con relativos puestos y prebendas. No es una propuesta simple, pero no la han tomado en consideración ni siquiera los dirigentes candidatos a la secretaría general, y el PD ya no es más que un comité electoral, cuyo problema principal consiste en decidir si la base de los electores debe reservarse a quien constituía la base social compuesta por aquellos sin medios de producción (capitales, tierras, minas) o bien el conjunto de la población , capitalista o no. El voto irá exclusivamente a la persona del candidato y a su modo de hacer y aparecer en una sociedad justamente “normalizada” como se ha indicado antes. Un joven como Renzi no duda en decir que no le importa nada del partido salvo como medio sobre el cual elevarse para llegar al gobierno: porque con una sociedad distinta no se identifica en absoluto.

No sé si un partido de ese género estaría en situación de remediar la crisis italiana, un apartado de la crisis mundial en la que nos ha metido el neoliberalismo. Esto no está en sus intenciones, del mismo modo que desconozco el análisis de las causas que hace hasta ahora Barca. Más modestamente, ¿estaría su propuesta en condiciones de liberarnos de esa superposición de bajos intereses e ilegalidad que reprobaba Marco Revelli al desear el fin de los partidos? Quizás sí, pero, aun quedando limpia de nuevo la esfera de la representación, habría que volver a pensar el conjunto de la estructura política. Y sería imposible cancelar el conflicto social como hace hoy toda la política, derecha e izquierda, representados y no representados.

Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Feruli Etiquetas de : ,

lunes, 8 de julio de 2013

Héroes, cobardes y vasallos

 
Rafael Poch · · · · ·

07/07/13


Eduard Snowden
 
Europa ha vivido esta semana una de sus horas más vergonzosas y clarificadoras

Si este fuera un mundo decente, en su plaza mayor levantaría un monumento a Eduard Snowden. El joven ex agente americano ha informado al mundo de que el secreto y la privacidad en las comunicaciones, un derecho fundamental, no existe. Y lo ha hecho a sabiendas de lo que se jugaba. A sabiendas de que se enfrentaba a un poder enorme, el de su gobierno, que tortura, encarcela indefinidamente sin cargos, somete a un trato inhumano a disidentes similares como el soldado Bradley Manning, exento de cualquier posibilidad de juicio justo, y que ha normalizado la práctica del asesinato extrajudicial, incluso de ciudadanos americanos con cuatro casos conocidos, entre ellos un adolescente de 16 años.
Snowden sabía que su vida se vería arruinada por su decisión, que probablemente no volvería a ver a su familia ni podría regresar a su país, en caso de que no lo hiciera esposado. Conocía el precio de meterle el dedo en el ojo al Imperio, y a pesar de todo decidió actuar. Puso por delante su conciencia. La conciencia que insta a los funcionarios de su país, mediante juramento, a “defender la Constitución de los Estados Unidos, frente a enemigos externos e internos”. La conciencia a la que el Tribunal de crímenes de guerra de Nuremberg apeló, al proclamar tras la Segunda Guerra Mundial que, “los individuos tienen deberes internacionales que trascienden a la obligación nacional de obedecer, por lo que los ciudadanos tienen derecho a violar las leyes nacionales para impedir crímenes contra la paz y la humanidad”.
Por poner su consciencia por delante de su destino personal, Eduard Snowden merece ser admirado y públicamente reconocido por el común de sus semejantes. Es decir, es un héroe.
La siguiente pregunta es qué son el presidente Obama y los demás hombres de Estado que persiguen a Snowden por activa y pasiva, organizando su acoso mediante un potentísimo esfuerzo diplomático y policial, o colaborando en ese esfuerzo con episodios tan vergonzosos como la negación de espacio aéreo al presidente boliviano, por sospechas de que llevaba en su avión a Snowden. Y la respuesta a esa pregunta es que el Presidente Obama es, en el mejor de los casos, un rehén de un sistema irreformable, y que sus cómplices europeos son unos miserables vasallos.
Obama llegó a la presidencia sobre la crítica a la guerra iraquí de George W. Bush. No alteró la agenda de la “seguridad nacional” lanzada por el Imperio aprovechando la oportunidad brindada por los atentados del 11 de septiembre de 2001, sino que la enmendó. Se fue de Irak, pero apretó en Afg/Pak. Multiplicó el poder y la libertad del Joint Special Operation Command (JSOC) y potenció las operaciones de asesinato a cargo de los grupos de operaciones especiales y de los drones hasta una escala que los hombres de Bush ni siquiera soñaron. Prometió cerrar Guantánamo, la más conocida isla del archipiélago de cárceles y centros de tortura secretos sembrados por todo el mundo, pero no lo hizo.
En palabras de Noam Chomsky, Obama es otro presidente norteamericano criminal, uno más en la serie. Su campaña fue pagada por Wall Street, así que no había que hacerse muchas ilusiones desde el principio. El sociólogo americano Norman Birnbaum, no le niega a Obama algunas buenas intenciones de cambio, pero el caso es que no se ha opuesto a los asesinatos extrajudiciales de los drones -que frecuentemente precisan órdenes directas y personales suyas para ser ejecutados- ni a la vigilancia total, ni a tantas otras cosas,  por la sencilla razón de que es un “prisionero de ese aparato” de la seguridad nacional. Ese aparato, dice Birnbaum, “tiene sus propias leyes y sabe perfectamente como disciplinar a la gente”.
Birnbaum rememora los asesinatos de los Kennedy, el de Martin Luher King y otros personajes de la vida americana que llegaron a representar determinados riesgos de reforma, y estima que, “nuestro sistema tiene formas y maneras de advertir para que no se superen determinados límites”. “Creo”, dice Birnbaum en una entrevista con Deutschlandfunk, “que en el caso de Obama el presidente ha hecho para su persona esa lectura de nuestra historia”.
Enfrentado a una situación similar, Mijail Gorbachov fue valiente: su determinación de cambio y reforma fue por delante de su realismo y pragmatismo. Llegado el momento, prefirió quemarse a claudicar, confiando, quizá, en ser recompensado “por la historia”, sí, pero asumiendo claros riesgos físicos que incluyeron un golpe de estado contra él. Que algo así no haya sido posible en Estados Unidos, no tiene que ver tanto con la calidad de las personas, sino seguramente con el sistema.
Dándole la vuelta a lo que decía la derecha sobre el comunismo, que era un sistema “irreformable”, nuestra constatación nos lleva más bien a pensar lo contrario: el comunismo soviético fue tan reformable que hasta se autodisolvió. Lo que se demuestra irreformable y apunta a una dirección cada vez más inquietante, orwelliana y dictatorial, es el sistema de Estados Unidos. En cualquier caso, la pulverización de derechos fundamentales a la que estamos asistiendo, con los drones, los Guantánamos y las NSA, apunta hacia un régimen político en sintonía con el estado de cosas, dictatorial y oligárquico, que sugiere el orden socio-económico de la Gran Desigualdad. Dicho de la forma más simple: una sociedad de extrema desigualdad, desprovista de Estado social y regida por el interés de una minoría, precisa formas políticas duras y abolición de derechos fundamentales.
Llegamos así a los vasallos, a todos esos indignos pigmeos políticos que gobiernan el continente europeo, desde Lisboa a Atenas. La caza de Snowden llevada a cabo por los gobiernos de España, Portugal, Italia y Francia, alrededor del avión de Evo Morales, ha puesto en su lugar a la “comunidad de valores” transatlántica. Los europeos colaboran con la potencia que les espía para apresar a la persona que lo ha denunciado. De los gobiernos de España (bases militares, tránsito de vuelos de la CIA en el sistema Guantánamo, escudo antimisiles, etc), con cualquiera de los dos partidos, ya conocíamos el nivel de servilismo. Portugal es un país mas pequeño, la cínica flexibilidad italiana también era conocida, pero la indignidad de Francia en este episodio supera la expectativa del más escéptico. Europa ha vivido esta semana una de sus horas más vergonzosas y clarificadoras. Héroes, un presidente cobarde y unos miserables vasallos. Cada cual en su lugar.

















lunes, 1 de julio de 2013

Europa, el declive moral

 

Pascual Serrano, periodista.

Mundo Obrero

 

Ya a nadie se le escapa el declive económico que está sufriendo Europa como consecuencia de la crisis financiera y las políticas destinadas desviar de forma infinita millonarios fondos económicos al sistema bancario y al pago de intereses de deuda, en detrimento de las condiciones sociales de la ciudadanía. Lo que parece pasar desapercibido es el colapso moral de los gobiernos europeos. Hace pocas semanas, el 13 de junio, ya observamos que, mientras los países africanos y latinoamericanos votaban en Ginebra a favor del Derecho a la Paz en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, los europeos se sumaban a Estados Unidos y a Japón absteniéndose o votando en contra, como el caso de España.

Nunca hasta ahora habíamos asistido a la vergonzosa situación de un primer ministro europeo condenado por prostitución de menores. Acto, por otro lado, más que conocido y del que alardeaba sin que tuviese consecuencias electorales negativas ni sanción pública por el resto de gobernantes europeos.

El caso de Edward Snowden, el subcontratado de la CIA y la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) que filtró a The Guardian y a The Washington Post los programas de vigilancia masiva de las comunicaciones de los ciudadanos por parte del Gobierno de EE.UU. sin control judicial alguno, ha vuelto a recordarnos a que altura moral se encuentra Europa. Por motivaciones más o menos loables, países como China, Rusia, Cuba o Ecuador han participado en planes para proporcionar refugio a Snowden. Por supuesto, los países europeos estaban todos descartados para ayudar al filtrador y no hubiera duda en entregarlo a las autoridades estadounidenses a pesar de que, según las legislaciones europeas, el delito lo hubiera cometido el Estado norteamericano y no el ex agente. En cambio, quienes sí pudieron pasearse impunemente por las fronteras europeas sin que gobiernos ni policías pusieran ningún obstáculo fueron los aviones en los que la CIA secuestraba personas, llevaba a centros de detención ilegales -algunos también en suelo europeo- y se les torturaba.

De modo que si usted está en contra del derecho a la paz, tendrá un gobierno europeo que le representará; si es un prostituidor de menores, podrá ser primer ministro en Europa; y si necesita utilizar nuestro suelo y espacio aéreo para secuestrar, encarcelar y torturar, lo tiene a su disposición. Eso sí, no se le ocurra denunciar los programas ilegales de vigilancia del gobierno estadounidense y luego venir por aquí porque será detenido y repatriado a Estados Unidos.

Para esto último deberá contar con la ayuda de “dictaduras” y “países bananeros” cuyos presidentes no se prostituyen con niñas y además se empeñan en apoyar el Derecho a la Paz.

martes, 25 de junio de 2013

La Europa desquiciada en el actual contexto de la economía mundial

 

DE REMBRAND AL DESQUICIAMIENTO DE EUROPA,(La Guardia de Noche)

 

Yanis Varoufakis · · · · ·

24/06/13

 

La Eurozona fue diseñada para una economía mundial en la que los EEUU desempeñaban un papel crucial en el reciclaje de los excedentes globales por la vía de generar la demanda requerida por los exportadores netos del mundo entero. Cuando se desató la tormenta financiera de 2008 y los EEUU perdieron su capacidad para reciclar los excedentes netos del resto del mundo (incluida Europa), una unión monetaria carente de mecanismos estabilizadores esenciales resultó profundamente desestabilizada. ¿Pueden los dirigentes europeos proceder a un rediseño que ayude a Europa a sobrevivir en el nuevo “mundo feliz” en que nos ha precipitado la crisis financiera? ¿Y quieren?

La dependencia de la Eurozona respecto de unos EEUU insostenibles luego de 2008

Luego de que colapsara el sistema de Bretton Woods como consecuencia del tránsito de los EEUU de potencia globalmente superavitaria a potencia globalmente deficitaria, ocurrió algo de todo punto notable: por vez primera en la historia, la nación hegemónica incrementó su dominación por la vía de aumentar masivamente… sus déficits.

En efecto: a partir de los 70, los EEUU empezaron a absorber una parte creciente de los productos industriales excedentes del resto del mundo. Las importaciones netas norteamericanas eran, obvio es decirlo, las exportaciones netas de países excedentarios como Alemania, Japón y China; la fuente principal de la demanda agregada de esos países. A su vez, cerca de un 70% de los beneficios ingresados por los empresarios de las naciones excedentarias se canalizaban diariamente hacia Wall Street en busca de mayores rendimientos. Wall Street se servía entonces de ese aflujo de capital foráneo con tres propósitos: a) para suministrar crédito a los consumidores norteamericanos; b) como inversión directa en las corporaciones empresariales norteamericanas; y c) para comprar bonos del Tesoro estadounidense (es decir, para financiar el déficit público norteamericano).

Este sistema de reciclaje naufragó en 2008, porque Wall Street aprovechó ventajistamente la centralidad de su posición para construir colosales pirámides dedinero privado a partir de los beneficios netos que afluían a los EEUU procedentes del resto del mundo. Mientras duró, el proceso de creación de dinero privado por parte de los bancos de Wall Street –también conocido como financiarización—insufló mucha energía en el esquema de reciclaje, pues generó manantiales de renovada vitalidad financiera alimentando un permanentemente acelerado nivel de demanda en los EEUU, en Europa (cuyos bancos no tardaron en subirse al carro de la creación privada de dinero) y Asia. Ello es, empero, que eso mismo trajo consigo su caída.

Cuando, en otoño de 2008, las pirámides de dinero privado de Wall Street entraron en proceso de autocombustión, quedando reducidas a cenizas, se esfumó la capacidad de Wall Street para seguir “cerrando” el círculo del reciclaje global. El sector bancario norteamericano no pudo ya seguir aprovechando los dos déficits gemelos –el comercial y el presupuestario— para financiar una demanda en los EEUU suficiente para mantener en funcionamiento de las exportaciones netas del resto del mundo (un proceso de financiación que, hasta otoño de 2008, utilizaba los beneficios netos del resto del mundo generados por esas exportaciones netas). A partir de ese momento negro, resulta más y más difícil que la economía mundial recobre su pulso: al menos, sin un Mecanismo Global de Reciclaje del Excedente (MGRE) alternativo.

Volviendo a la creación de la Eurozona, dos observaciones son de rigor. La primera: la Eurozona fue instituida de forma tal, que eliminó los amortiguadores naturales deshoks de los Estados miembros que se integraron, lo que significaba que, cuando llegara un shock, el impacto sería masivo. No sólo ya no era posible amortiguar losshoks mediante la devaluación, sino que, encima, no se diseñó para le Eurozona ningún mecanismo de reciclaje que pudiera entrar en acción en caso de que alguna crisis financiera generara (como terminó ocurriendo) una contracción del crédito. Mientras los EEUU reciclaban activa y eficientemente los excedentes globales –manteniendo así la liquidez del sector bancario europeo, ya directamente (a través de flujos de instrumentos financieros en los bancos europeos), ya indirectamente (suministrando demanda a las exportaciones netas de los países europeos excedentarios, como Alemania)—, la falta de un mecanismo intraeuropeo de reciclaje del excedente pasó desapercibida. Sólo cuando se esfumó en 2008 la capacidad de Norteamérica para jugar su papel en el reciclaje del excedente, se dejaron sentir con toda su brutalidad los efectos del mal diseño de la Eurozona, sobre todo en su periferia.

En segundo lugar: tras desatarse la madre de todos los shocks en 2008, los dirigentes europeos se negaron a admitir que el diseño de su unión monetaria precisaba de urgente reconfiguración. Los dirigentes europeos se embrollaron entonces en “planes de rescate” ridículamente fragmentarios –el de Grecia es paradigma de idiocia— y se enzarzaron en infértiles debates sobre si tenía que haber más o menos austeridad, pasos más o menos rápidos hacia el control central de los déficits públicos, etc. De modo que la verdadera causa de la deriva de la Eurozona hacia la fragmentación, es decir, la falta de un efectivo mecanismo propio de reciclaje del excedente, fue completamente ignorada.

En una palabra: las elites europeas fueron incapaces de reconocer, antes y después de 2008, que su preciosa Eurozona parasitaba de la capacidad de los EEUU para reciclar los excedentes globales, incluidos, huelga decirlo, los excedentes europeos. A falta de un efectivo mecanismo propio de reciclaje del excedente, Europa quedó desquiciada luego del otoño de 2008, sigue hasta hoy negando lo obvio, y por consecuencia, se aferra a políticas que, o son irrelevantes dada la naturaleza de la eurocrisis, o resultan imposibles de poner por obra en el nuevo mundo pos-2008.

¿No podría Europa volver a depender de unos EEUU resurgentes?

El déficit comercial norteamericano, tras dos años de hundimiento, casi ha recuperado sus niveles anteriores a 2008. Sin embargo, los déficits norteamericanos, aun cuando recuperados tras el “revés” de 2008, no tienen ya la capacidad que otrora tuvieron para desempeñar el papel de reciclaje del excedente. No desde luego de una forma que alcanzara a restaurar las condiciones que pudieran permitir a la Eurozona regresar a su normalidad pre-2008.

Para entender por qué Norteamérica ha perdido su capacidad de reciclar las exportaciones netas de otros países al ritmo anterior a 2008, basta notar que en 2011 los EEUU generaban una demanda para las exportaciones netas del resto del mundo por un monto un 23,7% inferior a lo que habría ocurrido si no se hubiera producido el crash de 2008. En segundo lugar, y paralelamente, Norteamérica ha dejado de atraer –a través de Wall Street— el nivel de flujos de capital necesario para mantener el ritmo de inversiones pre-2008 en su sector privado. Para ser precisos: en 2011, los EEUU habían perdido el 56,48% de los activos propiedad de tenedores extranjeros (en comparación con el nivel a que apuntaban las tendencias antes del crash de 2008). La razón principal –y crucial— de ese abrupto declive fue que los flujos netos de capital exterior, que terminaban como préstamos a las corporaciones empresariales estadounidenses, cayeron drásticamente de 500 mil millones de dólares en 2006 a 50 mil millones de dólares en 2011.

En 2013 esas tendencias han cristalizado, ofreciendo una imagen devastadoramente simple. Por un lado, la Crisis no ha alterado la posición deficitaria de los EEUU. El déficit presupuestario federal es más o menos el doble, mientras que el déficit comercial norteamericano, tras una caída inicial, se ha estabilizado al nivel anterior. Sin embargo, los déficits estadounidenses ya no son capaces de amparar el mecanismo que mantenía planetariamente equilibrados los flujos globales de bienes y beneficios. Mientras que hasta 2008 Norteamérica fue capaz de absorber montañas de importaciones netas y bienes y un volumen similar de flujos de capital (de modo que ambos se equilibraban), eso ya no ocurre luego de 2008. Los mercados norteamericanos se están tragando un 24% menos de importaciones netas (generando, pues, sólo el 66% de la demanda a que el resto del mundo estaba acostumbrada antes del crash de 2008) y están atrayendo al sector privado norteamericano un 57% menos de capital de lo que sería el caso si Wall Street no hubiera colapsado en 2008.

En suma: los únicos restos que quedan del tipo de economía global en que floreció la Eurozona antes de 2008 son los todavía acelerados flujos de capital foráneo que van a parar a la deuda pública norteamericana: palmaria prueba del desorden mundial en esta época tumultuosa en la que el dinero busca desesperadamente puerto seguro en el regazo de la moneda de reserva. Pero mientras el resto del mundo reduzca sus inyecciones de capital en el sector empresarial norteamericano y mientras Norteamérica reduzca sus importaciones de las exportaciones netas del resto del mundo, de una cosa podemos estar totalmente seguros: la Eurozona no puede depender de los EEUU para que le suministre, como antes de 2008, el nivel de demanda agregada necesaria para mantener el espejismo mercantilista de la Europa Germánica, es decir, de una Europa que se comportara como una Gran Alemania, reaccionando a las caídas de demanda global por la vía de estimular sus exportaciones netas e, internamente, contraer sus salarios.

Divididos por una moneda común

Hay que poner verdadero empeño para presentar falsariamente la eurocrisis dando a entender que la insolvencia de países como Irlanda, España e Italia tiene básicamente que ver con la prodigalidad fiscal (recuérdese que España tenía una deuda inferior a Alemania en 2008, y que Italia tenía déficits presupuestarios claramente inferiores). La verdadera causa del desastre de la Eurozona radica en la sobredependencia macroeconómica que desde su fundación ha tenido respecto de la capacidad económica de los EEUU para generar demanda suficiente para las exportaciones netas de la Eurozona. Una vez que Wall Street implotó y se esfumó por doquiera la liquidez, dos efectos pusieron a Europa de rodillas:

Uno fue la secuencia de abrazos mortales entre bancos en bancarrota y Estados insolventes (empezando por Grecia, luego a Portugal, hasta llegar el turno de Italia y España). Otro fue: a) la determinación de Europa de atarse a lo que yo llamo elprincipio de las deudas perfectamente separadas; y b) la reluctancia de los políticos nacionales a desafiar a sus banqueros nacionales instituyendo un esquema de resolución bancaria a nivel de la Eurozona, un esquema respecto del cual los políticos nacionales no pudieran decir ni pío.

La cuestión reveladora es entonces la que sigue: ¿por qué esa resistencia, particularmente alemana, a cualquier iniciativa para terminar con la eurocrisis? La respuesta común es que Alemania no quiere pagar las deudas de la periferia y se resistirá a toda iniciativa de tipo federalizante (por ejemplo, a una unión bancaria propiamente dicha), hasta que se convenza de que sus socios actúan financieramente de modo responsable. Aunque esto capta bien la mentalidad de muchos europeos septentrionales, está fuera de lugar. Lo cierto es que no faltan propuestas para poner fin a la crisis bancaria, reducir drásticamente la deuda pública a largo plazo de la Eurozona e introducir el mecanismo de reciclaje de excedentes que falta, reduciendo simultáneamente de forma substancial las cargas sobre el contribuyente alemán.

Entonces, ¿por qué la Europa Septentrional, es decir, las naciones excedentarias de la Eurozona, están tan resueltas a mantener una arquitectura diseñada para una época en la que los EEUU jugaban un papel que ya no pueden seguir jugando? Yo me temo mucho que hay dos poderosas razones inextricablemente unidas y de todo punto irracionales. La primera me fue revelada por uno de los consejeros económicos más allegados a la Cancillería alemana. Su sencilla explicación era que instituir un mecanismo de reciclaje de excedente propiamente europeo (como el denuestra Modesta Proposición) significaría que Alemania nunca sería capaz de abandonar la Eurozona en el futuro. Significaría, en efecto, desprenderse de la carta Me-Largo-De-Aquí que ahora mismo sólo poseen de verdad las naciones excedentarias (puesto que las naciones deficitarias saben que una salida del área de la moneda común significaría una masiva fuga de capitales y el consiguiente colapso de su sector bancario). “No es, claro está, que la Canciller alemana quiera usar esa carta para salir de la Eurozona”, prosiguió mi interlocutor. “No, le gusta tenerla porque el Presidente de Francia no la tiene, como no la tienen tampoco los primeros ministros de Italia y de España, lo que le confiere a ella un grado exorbitante de poder negociador en el Consejo Europeo, en el Eurogrupo, etc.”

En una palabra: la tragedia europea es que quienes tienen el poder para resolver la crisis substituyendo el roto mecanismo norteamericano de reciclaje del excedente (al menos internamente, dentro de Europa), perderían buena parte de su poder político en Europa si se sirvieran efectivamente de ese poder.

La segunda razón viene a reforzar la primera. En los tres últimos años, la opinión pública alemana ha llegado a convencerse de que Alemania ha escapado a lo peor de la Crisis gracias a las virtudes de ahorro y laboriosidad del pueblo alemán, en vivo contraste con la prodigalidad de los meridionales, presentados como cigarras que no hicieron provisiones por si los vientos de las finanzas se tornaban fríos y desagradables. Esa mentalidad va de la mano de una gazmoñería moral que instila en los corazones y en las mentes de las buenas hormiguitas una tendencia a exigir el castigo de las cigarras, aun si castigarlas redunda a largo plazo en la autopunición. Ven los bajos intereses de los bonos alemanes como un premio al probo ahorro, antes que como prueba de una fuga de capitales del resto de la Eurozona causada por la desintegración de la misma en la periferia.

Esa misma mentalidad se ve robustecida por una radical incomprensión del mecanismo que mantuvo la salud de la Eurozona y el excedente de Alemania antes de 2008: la vitalidad de la demanda norteamericana de bienes alemanes, holandeses, chinos y japoneses. Ella permitió a países como Alemania y Holanda seguir siendo exportadores netos de capital y de bienes de consumo dentro y fuera de la Eurozona (al tiempo que importaban de la periferia de la Eurozona demanda para sus bienes procedente los EEUU).

Conclusión

Recapitulemos: antes de 2008, los EEUU operaban como un gigantesco aspirador que atraía a su territorio un volumen desapoderado de exportaciones netas y de beneficios procedentes del resto del mundo. Ese mecanismo de reciclaje del excedente resultaba esencial para el mantenimiento en pie de la defectuosa construcción de la Eurozona. Desaparecido de la escena ese mecanismo, el área europea de la moneda común debía imperiosamente, o ser rediseñada, o entrar en un largo y penoso período de desintegración. La incapacidad de los países excedentarios europeos para aceptar que, en el mundo pos-2008, resulta necesaria una u otra forma de reciclaje del excedente –algunos de sus propios excedente deben entrar en ese reciclaje—, es la razón de que Europa parezca ahora un caso de alquimia inversa: mientras que el alquimista buscaba la transmutación del plomo en oro, los alquimistas inversos europeos empezaron con oro (un proyecto de integración orgullo de sus elites) y pronto terminarán con el equivalente institucional del plomo. A menos, claro está, que un adarme de racionalidad se cuele en la mente colectiva de los desventurados dirigentes europeos antes de que las placas tectónicas entren en deriva irreversible contra una moneda común que ahora divide a las orgullosas naciones europeas.

Yanis Varoufakis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional. Es profesor de política económica en la Universidad de Atenas y consejero del programa económico del partido griego de la izquierda, Syriza. Actualmente enseña en los EEUU, en la Universidad de Texas. Su último libro, El Minotauro Global, para muchos críticos la mejor explicación teórico-económica de la evolución del capitalismo en las últimas 6 décadas, acaba de ser publicado en castellano por la editorial española Capitán Swing, a partir de la 2ª edición inglesa revisada. Una extensa y profunda reseña del Minotauro, en SinPermiso Nº 11, Verano-Otoño 2012.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

Italia: ¿por qué cambiar la Constitución republicana?

 

¿Es esta la plaza del pueblo?

Rossana Rossanda · · · · ·

23/06/13

¿Por qué orientarse a toda prisa hacia la reforma constitucional? ¿Por qué no hay más leyes que se adecúen a la Constitución, sino que es ésta la que debe plegarse a los dictados neoliberales? Y la obsesión de la “gobernabilidad” guía la nueva ley electoral. Detrás de los “acuerdos amplios”, el rediseño constitucional pisotea la democracia

No creo que ninguna de las democracias europeas tenga prisa por cambiar la Constitución propia como Italia. Abre uno el periódico y se encuentra día sí, día no el anuncio de modificaciones urgentes. El sábado pasado, el Presidente de la República nos ha informado de que cuidará de los tiempos de los cambios, que desea muy rápidos: aunque en un sistema como el nuestro, a decir verdad, su cometido no sería cuidarse de los plazos de los cambios sino de la fidelidad y permanencia de la ley fundamental sobre la cual se ha incardinado nuestra República.

Y por tanto de discutir, antes que ninguna otra cosa, si son necesarios los cambios, o bien, por el contrario, representan un vulnus [daño] a la imagen fundamental que nos hemos dado después del fascismo. ¿Qué es lo que habría cambiado en nuestra sociedad hasta el punto de tener que cambiar los principios establecidos en 1948? La verdad es que, como se ve fácilmente, ha cambiado sobre todo el punto de vista dominante sobre la estructura social, como si el triunfo del neoliberalismo sobre una implantación que era, como por doquier en Europa, más bien keynesiana, comportase no la adecuación de las leyes normales a los principios constitucionales – como debería ser – sino lo contrario. Es un problema, más bien – digámoslo – una “enfermedad” que debería hacer reflexionar.

De hecho, la primera parte de la Constitución de 1948, faltando por lo general una reglamentación legislativa, sigue siendo puramente optativa: que sea una republica fundada en el trabajo no es más que un buen deseo, como el derecho de cada uno a tener un empleo o una casa. La primera república ha vivido en su mismo interior el choque entre quien quería hacer efectivos estos principios y quien se oponía a ellos: han permanecido en gran parte irrealizados. La segunda o tercera república (depende de los puntos de vista) da en moverse bien a derecha, bien a izquierda, para modificar la segunda parte de la Constitución, es decir, el orden institucional italiano. Ya lo ha hecho sobre el Título V un gobierno de centroizquierda y ahora el de “acuerdos amplios” parece todo tentado nada menos que por el presidencialismo, preferiblemente “a la francesa”, porque parezca menos rígido, en la medida en que obliga al presidente, elegido por sufragio universal, a tener, sin embargo, el acuerdo del parlamento, aunque sea elegido por una mayoría diversa.

En verdad la francesa, ideada por De Gaulle, es una monarquía con ropaje republicano, bastante laica, pero en la cual honores y cargas son evidentísimos. Probablemente, De Gaulle la ha querido para hacer la paz en Argelia sin tener que pasar por las Cámaras, como ha abolido Mitterrand la pena de muerte. Pero se ha conseguido, y permanece, una clamorosa disminución del papel del Parlamento. Si Italia debe seguir esta vía, me parece elemental que deba discutirse de ello, al menos todo lo que discutieron los padres constituyentes; no sería decente que los “acuerdos amplios” entre dos o tres partidos grandes lo decidieran todo.

Por cuenta mía, como simple ciudadana que viene de lejos, pienso que ha de abrirse la discusión de inmediato y estoy lejos de creer que el presidencialismo sea una buena solución a problemas y obstáculos todos ellos políticos, y en absoluto institucionales. Resulta hasta estupefaciente que hoy muchos movimientos y todos los partidos, no sólo los Cinco Estrellas, pidan al máximo volver a acercar la política a los ciudadanos y el máximo de poder en las manos de uno solo, como sería con el presidente. Y la paradoja de la confusión que reina hoy. Y se debe al hecho de que los partidos, considerados por la Constitución canales necesarios de la representatividad, se han convertido por el contrario en el cuello de botella a través del cual queda constreñida la representación con los relativos defectos, cuando no la ilegalidad. En contra de sí mismos, los partidos no han aceptado hasta ahora dotarse de estatutos y de reglas que garanticen realmente la transparencia pero podrían dotarse de ellas.

Esto vale también para la financiación, que podría ser no sólo reducida sino sobre todo tal que garantizara que el sistema de partidos se renovase, en lugar de que, como ahora, reprodujera solamente a los fuertes. ¿Cómo puede presentarse hoy un partido nuevo? Son las elecciones las que confirman o desmienten la legitimidad y el papel, toda la cuestión del “voto útil” queda aquí empantanadas: si de partida en cada elección los diversos partidos están en distinta posición de fuerza  y de medios, es evidente que queda falseada toda competencia: ninguna competición deportiva aceptaría un sistema análogo. Por lo cual tenemos pocos grandes partidos dificilísimos de corroer y pequeñas formaciones que no llegan a afirmarse, o bien – variante que preocupa a unos y otros – derivas populistas, del todo ajenas a cualquier regla, generalmente en manos de un par de jefazos, más o menos carismáticos, alborotadores e incontrolados.

La dificultad de dotarse de una ley electoral que no sea la actual obra maestra de Calderoli [el controvertido y tramposo “Porcellum” ] viene de esta situación preliminar. Resulta sorprendente como se la acepta, como si fuese una necesidad y no una violación de ese principio constitucional por el cual todo ciudadano es igual en el voto y debería por tanto ser igual en el derecho a hacerse representar. Desde hace unos cuantos años, sea a derecha, sea a izquierda, este principio ha quedado abatido por la prioridad concedida al principio de “gobernabilidad”: en pobres palabras, eso significa rebasar la representación integral para asegurar artificialmente, a través de diques o premios, a una minoría expresada por el voto una mayoría de escaños en las instituciones legislativas. Que no se llegue a ello, porque desde casi ningún lado se quiere, ni siquiera a reducir el premio de mayoría actual, que desplaza del todo la representación, parece completamente sorprendente. ¿De qué democracia estamos hablando? ¿Es Italia realmente una democracia parlamentare o una oligarquía formada por las cúpulas de algunos grandes partidos, que dominan las instituciones? Alguien como yo piensa que los partidos son necesarios para reagrupar y ordenar las diversas ideas de sociedad y las medidas legislativas que se desprenden de ello: pero no son del todo la democracia en sí. Este es el problema principal de hoy e implica que se plantee de nuevo qué entendemos por democracia en 2013. El documento de Fabrizio Barca, que nadie discute en el  Parlamento, afronta de modo interesante el paso – que parece obligado – entre democracia representativa y formación del Estado. Paso que quedaría eliminado si se reconociese la diferencia radical entre el papel de los partidos y el papel, más bien naturaleza, del Estado.

Hasta aquí el cambiar o mantener la Constitución parece un tema que se remite a los órdenes institucionales, que son también esenciales, pero no se trata sólo de éstos. Toda la estructura de los derechos sociales depende de ello, ya que es evidente que lo que llamamos un tanto aproximativamente el welfare se expresa de modo diferente de acuerdo con las diferentes ideologías, a saber, la consciencia de sí y la propuesta de orden institucional y de sociedad que avanzan las diversas partes políticas y “sociales”. La ideología capitalista tiende a reducir el welfare, es decir, los derechos vitales de los ciudadanos, no sólo respecto al Estado sino a los poderes económicos: la izquierda más o menos socializante tiende, más bien  – a decir verdad, tendía –, a ampliarlo; la ideología “liberal”, a restringirlo.

Se deriva de ello una idea diversa, por no decir antagonista, de las principales reglas económicas: la derecha quiere reducir al mínimo la fiscalidad, entendida como presencia de un estado regulador con el objetivo de reducir las desigualdades. La izquierda tiende a ampliarla en sentido progresivo (con la excepción de la hipótesis comunista, que estaría también ella en línea con el principio antiestatalista, pero en concreto nunca ha llegado a serlo, es decir, a expresar un sistema de reglas que no sean “el Estado”). El mismo razonamiento vale para la política “económica”: la derecha quiere dejarla enteramente a la mano invisible del mercado, la izquierda la querría (la quería) capaz de enderezar las desigualdades en nombre del primado de la equidad (en qué medida es vago este concepto es otro discurso).

Inútil decir que las demás políticas “sociales” se siguen de ello. Predicar que entre ellas deban prevalecer “los acuerdos amplios” significa presumir la existencia de un interés común que en realidad no existe y, en la mejor de las hipótesis, dejar las cosas como están, a saber, en Italia, a un vasto predominio de los intereses constituidos del capital, hoy dominado por las finanzas; intereses que – está ya claro – no significan ni siquiera garantía de un crecimiento productivo, quizás cruel pero seguro. He aquí como a los ojos de una simple ciudadana se presenta el tema de las reformas institucionales y en ellas el del presidencialismo. Vale la pena, más bien es urgente, discutirlo del modo más claro y más a fondo. Puede suceder de hecho que las mismas premisas de las que parte la ciudadana abajo firmante deban ser objeto de discusión; pero entonces es necesario hacerlo del modo más explícito.

Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

jueves, 13 de junio de 2013

Palabra de Rajoy

Julia Navarro 12/06/2013

  Web oficial Julia Navarro

"El paso que de verdad debería de dar no es solo no subirlo sino bajar el IVA"

El presidente lo ha dejado dicho en sede parlamentaria: no piensa subir el IVA ni aumentar la edad para cobrar la jubilación. Yo sin embargo me permito ser escéptica, no porque crea que el Presidente quiera engañarnos a los ciudadanos, sino porque si desde Bruselas tocan la trompeta y nos mandan subir el IVA, entonces Rajoy lo subirá. En cuanto a la reforma del sistema de pensiones tampoco las tengo todas conmigo. El famoso comité de expertos ya ha aconsejado que se congelen y además subir la edad de jubilación, es decir, lo mismo que se postula desde la UE. 
La verdad es que la subida del IVA está teniendo efectos demoledores sobre la economía, sencillamente porque todo es mucho más caro y así es difícil que nadie se anime a consumir.
   La subida del IVA en la cultura es un claro ejemplo del fracaso de esta medida. Por ejemplo, ahora vamos menos al cine que antes. Por no hablar de que compramos menos libros, o vamos menos al teatro.
   La crisis está afectando a todos los sectores, entre ellos la investigación y la cultura. Yo no sé como no se les cae la cara de vergüenza a nuestros responsables políticos cada vez que sale un investigador denunciando que se tiene que ir al extranjero a continuar con su trabajo, o que por falta de presupuestos se han suprimido determinados programas de investigación.
   Un país que no invierte en investigación no tiene futuro, y en nuestro país ningún Gobierno, y éste menos que los otros, se ha tomado en serio la investigación. Parece que la apuesta e es que seamos un país de servicios en vez de un país puntero en investigación y desarrollo. Lo dramático es que además tenemos muchos jóvenes con talento a los que el sistema les obliga a emigrar.
   Pero volvamos al IVA, hemos llegado a un punto en que la subida de impuestos está ahogando nuestra economía, de ahí que sea bienvenida la iniciativa del presidente extremeño, José Antonio Monago, que va a bajar los impuestos al 90% de sus conciudadanos ¡ahí es nada¡.
   Ya digo que Mariano Rajoy a preguntas del portavoz de CiU, Josep Antoni Duran LLeida, ha afirmado ante el pleno del Congreso que no piensa subir el IVA. Ojalá cumpla, pero no solo eso, el paso que de verdad debería de dar no es solo no subirlo sino bajar el IVA y el resto de los impuestos a esa gran mayoría de ciudadanos que viven de las rentas de su trabajo. Eso sí, puestos a buscar dinero de los contribuyentes, seguro que lo encontrara en las Sicavs o entre las grandes fortunas.

lunes, 3 de junio de 2013

UN AVISO DESDE ITALIA

 

El no voto y los acuerdos amplios

Rossana Rossanda · · · · ·

02/06/13

PALACIO DEL QUIRINAL, ROMA

La chapuza y las polémicas de estos días sobre la reforma de la ley electoral son el tornasol de esa escasa credibilidad de la política que está en la raíz del abstencionismo en ascenso. Y es posible que la próxima vez no vayan a votar ni siquiera aquellos que fueron en las últimas elecciones.

Toda la Italia respetable se ha escandalizado a causa de la vastedad del abstencionismo [en las elecciones municipales del 26 y 27 de mayo]: en Roma ha votado un elector de cada dos, en el conjunto del país, menos de dos de cada tres. Hay quien grita por la crisis de la democracia, pero está quien, como la abajo firmante, considera este abstencionismo triste, pero del todo comprensible, hasta signo de normalidad.

Veamos. Al formar el gobierno de acuerdos amplios, el primer ministro Enrico Letta había declarado que de todos modos hacía falta prever un ardid de modificación de la ley electoral conocida como "porcellum" para que en caso de infarto de los acuerdos amplios se pudiera ir a las elecciones con un sistema no tan indecente. Parecía por lo tanto evidente que el parlamento se pusiera enseguida a ello, incluso lo primero de todo. Anna Finocchiaro [1] , diligente, ha vuelto a presentar la fórmula ya avanzada en el pasado que parece la más sencilla: un retorno al sistema electoral precedente, el Mattarellum [2].  Salvo que Silvio Berlusconi ha hecho saber que si se reforma la ley electoral antes que toda la ordenación institucional, hace caer al gobierno: esta es su concepción de los acuerdos amplios, tan queridos por Giorgio Napolitano. Rápidamente el gobierno, y dentro de él el PD, retira la propuesta y aceptará una supercomisión que trabaje al menos 18 meses para reformar, no se sabe dentro de qué límites, la Constitución de la República en su parte segunda (la primera ya ha quedado bien superada en los hechos). Un diputado del PD, Roberto Giachetti [3] , vicepresidente de la Cámara, no se conforma y vuelve a presentar un proyecto de ley que regresa, grosso modo, al Mattarellum. Truenos y relámpagos. La misma Finocchiaro lo considera un acto de prepotencia poco menos que subversiva. Ayer la Cámara vota contra el diputado, no sin dividirse. División que pasa manifiestamente por el interior del Partito Democratico.

¿Por qué tendría el elector normal que haber entendido algo de esta desvergonzada chapuza? Y si ha comprendido el meollo de la cuestión, es decir, que por acuerdos amplios se entiende "lo que admite Berlusconi", ¿por qué tendrían que aceptarlo todos los italianos? No se trata de un compromiso sino de un sistema de chantaje en manos del Cavaliere.

Si el gobierno y el Quirinal no comprenden que es imposible tomarles el pelo de este modo a los ciudadanos, quiere decir que están bien lejos no sólo del sentido común de la política sino del buen sentido y la limpieza de gestión de la llamada gobernabilidad. La proxima vez puede suceder que no vayan a votar ni siquiera los que han ido esta vez.

viernes, 31 de mayo de 2013

La quinta Alemania

Un modelo hacia el fracaso europeo

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDITORIAL ICARIA – BARCELONA

Rafael Poch

 

En la historia de la Europa contemporánea ha habido cinco Alemanias. La primera es la fragmentada y preindustrial Alemania anterior al siglo XIX, un mosaico multinacional que sobrevivió hasta Napoleón reivindicando una legitimidad imperial romana sin llegar nunca a ser verdadero Estado. La segunda aparece con la unificación bismarckiana posterior a la guerra franco-prusiana y se extiende bajo batuta prusiana hasta más allá de la Primera Guerra Mundial, con su crítico apéndice republicano de Weimar. La tercera Alemania fue la de Hitler y Auschwitz, un régimen de doce años particularmente trágico y nefasto que concluye con el fin de la Segunda Guerra Mundial. La cuarta es la Alemania doble de posguerra, tutelada por las potencias de la guerra fría; una mezcla de capitalismo y democracia en el Oeste, la RFA, y una mezcla de socialismo y dictadura en el Este, la RDA.

Todas estas Alemanias tuvieron algunos breves y fallidos contrapuntos emancipadores, desde las revoluciones de 1848 y 1918, hasta los movimientos de 1968 en la RFA y de 1989 en la RDA, pero, en general, el papel de este país en la historia europea se ha caracterizado por su condición de vanguardia continental de la contrarrevolución restauradora, la reacción absolutista y un agresivo belicismo.

Desde ese pasado, la quinta Alemania arranca de la reunificación nacional de 1990, a partir de la anexión de la RDA por la RFA,  pero es ahora, con la eurocrisis, cuando comienza a manifestarse, haciendo un uso pleno y normalizado de su recuperada soberanía y potencia. La principal novedad que esta quinta Alemania aporta respecto a la anterior tiene dos aspectos.

El primero es el de su regreso, paulatino pero decidido, a un intervencionismo militar en el mundo que comenzó en los mismos años noventa en los Balcanes y que hoy ya abarca desde Afganistán a África. En ese ámbito Berlín aún está por detrás de otras grandes naciones europeas, pero ya ha invalidado definitivamente el Nie wieder Krieg (Guerra, nunca más) del canciller Willy Brandt, la posibilidad de ser una gran Suiza europea y el antiimperialismo, al que tanto apego tuvieron los alemanes de la RFA y de la RDA, respectivamente, desde la posguerra hasta los años ochenta del siglo XX. Hoy, con el pasivo desagrado de sus ciudadanos, el establishment alemán justifica sumarse militarmente al dominio imperial de occidente en el mundo, apelando abiertamente a la necesidad y legitimidad de acceder a recursos energéticos y materias primas globales. Esa es una novedad muy significativa.

El otro es un liderazgo europeo, dogmático, egoísta y arrogante, para imponer el programa de involución neoliberal impulsado desde los años setenta desde el mundo anglosajón y que la crisis financiera de 2008 ha convertido en rodillo. Al día de hoy este liderazgo apunta a profundizar la desigualdad, social y entre países. Su prioridad es el cobro íntegro de todas las deudas bancarias generadas por los malos negocios  del sector financiero internacional a costa del sufrimiento de las clases medias y bajas europeas. Ese esquema conduce directo hacia una ruptura desintegradora del proyecto europeo. Dicho proyecto, del que la Unión Europea es resultado, fue formulado a partir de los años cincuenta del siglo XX como alternativa a la desastrosa y agresiva Europa guerrera que en los últimos siglos enfrentó crónicamente a unas naciones contra otras y solo por eso ya debe ser considerado útil y valioso.

El rechazo a estas dos grandes novedades de esta quinta Alemania es lo que marca en el país la diferencia entre izquierda y derecha. Las fuerzas y corrientes políticas minoritarias que en la Alemania de hoy rechazan el regreso al intervencionismo militar y el neoliberalismo que profundiza la desigualdad, encoge la democracia y amplía el privilegio de una minoría, son inmediatamente expulsadas del sentido común por el establishment alemán y declaradas “irresponsables” e “incapacitadas para gobernar” (regierungsunfähig).

Más que un sistema de partidos de izquierdas y derechas, conservadores o liberales, el sistema político alemán es un conglomerado que engloba a toda esa variedad en una disciplina superior y común de defensa del capitalismo. Esa esfera compacta, condena y expulsa a la marginalidad a quienes la ponen en cuestión y es ejemplo de la degeneración absolutista y oligárquica  a la que conduce la mezcla de democracia y capitalismo en los países más ricos del mundo a principios del siglo XXI.

Ninguna fuerza política llegará al poder en Alemania sin haber previamente sintonizado con el programa general del establishment. La evolución de las fuerzas políticas con intenciones de cambio, desde los socialdemócratas en su día hasta los verdes hace mucho menos, y quien sabe si Die Linke en el futuro, es una trayectoria de adaptación al sentido común del establishment. Lejos de ser un rasgo exclusivo del sistema alemán, lo que destaca en Alemania de ese fenómeno general es su estabilidad: ese conglomerado de poderes fácticos de grandes consorcios empresariales y financieros, lobbys industriales, con sus sólidos anclajes políticos y mediáticos, está particularmente organizado y bien articulado en el país.

Elemento central de esa estabilidad es la cultura nacional de la obediencia debida a la autoridad, un particular culto al Estado, concebido como una institución neutral, superior y abstracta, y una predisposición al acatamiento automático de las jerarquías. A ello se suma una tradición de consenso e integración, enemiga del conflicto y del desorden como vías legítimas de resolución del choque de intereses. El contraste de esta cultura política, la tradición del Untertan, del súbdito razonable del orden absolutista descrito en la célebre novela de Heinrich Mann, con la tradición francesa y republicana del rebelde citoyen, ha inspirado todo tipo de reflexiones que hoy continúan siendo actuales para todo el continente.

Este libro presenta unos brochazos de esta quinta Alemania en un momento en el que Europa mira hacia Berlín con cada vez más prevención y desconfianza. “Un país que vuelve a dar miedo”, como señalaba el titular de un semanario germano. La involución neoliberal que Alemania encabeza y los delirios de hegemonía europea que proyecta el subidón nacional de la quinta Alemania, está incrementando la germanofobia y el antieuropeísmo, particularmente en la Europa del Sur, cuya población era hasta hace poco muy favorable al europeismo –y no solo por la lluvia de millones recibidos de los fondos de cohesión.

Si dos anteriores Alemanias desembocaron en grandes guerras, la quinta Alemania apunta claramente hacia la desintegración europea.

Los autores no quieren contribuir a ninguna fobia nacional ni tampoco a una reacción antieuropeísta que no proponga refundación ciudadana del proyecto. Lo que pretenden es informar sobre el lamentable papel que el establishment alemán, que forma parte de un orden mundial multinacional, está desempeñando en la actual crisis europea, en el bien entendido de que ese orden también vulnera los intereses de la mayoría social en Alemania.

Las primeras víctimas de la involución llevada a cabo por la elite empresarial y política alemana fueron los propios alemanes. En los últimos veinticinco años, la actual República Federal ha sufrido una transformación radical. Más desigualdad en un país que era relativamente nivelado para criterios europeos, estancamiento salarial, generalización de la precariedad socio-laboral en un país en el que la seguridad del puesto de trabajo era considerable, avance de la pobreza y de la desolidarización, recorte de un sistema de garantías sociales que en su día fue sólido y ancho, rebaja de impuestos a los ricos y mayor apertura al negocio privado en el ámbito de la sanidad y las pensiones. Según las últimas encuestas del conservador Instituto Allensbach de demoscopia, los alemanes son perfectamente conscientes de ello: un 70% constata una inflexión en justicia social, particularmente en la distribución de la riqueza, y considera que las cosas han empeorado en los últimos años. Ese cambio brutal se ha inducido gradualmente en las dos últimas décadas, y es presentado mediáticamente como un éxito e incluso como una especie de segundo milagro económico al lado del de la posguerra, en contradicción con la experiencia de la mayoría de los ciudadanos. Eso es en gran parte posible porque, observada en el contexto de crisis europeo, especialmente comparada con los países del sur que han sufrido la misma medicina en dosis mayores y en plazos mucho más breves con consecuencias aún más brutales, la situación socio-laboral alemana es mucho mejor. Esa circunstancia atrae hacia Alemania a no pocos jóvenes, y no tan jóvenes, españoles sin futuro laboral en su país. Frecuentemente llegan al país muy mal informados sobre lo que les espera ahí.

Toda propaganda debe incluir algún anclaje con la realidad para ser eficaz y ese es el caso de la relativa e incierta salud de Alemania en la crisis. Relativa porque siendo cierta para los beneficios empresariales, no lo es para la mayoría de asalariados que, sin embargo pueden consolarse comparando su situación con la mucho peor que rige en otros países. Incierta porque se basa en una estrategia exportadora que en los últimos veinte años ha acentuado su dependencia de la coyuntura global hasta hacerla extrema. Esa dependencia es inquietante porque en caso de enfriamiento o colapso puede hundir todo el edificio alemán con gran facilidad. A diferencia de China, que dispone de un gran mercado interno y es consciente de los problemas de esa excesiva dependencia, Alemania no parece preocupada por ello.

viernes, 24 de mayo de 2013

Los creyentes

 

La Capilla Palatina de Aquisgrán

LA CAPITAL DE CARLOMAGNO, ¿EUROPA?

Anne-Cecile Robert

Le Monde diplomatique

Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

«Europa es nuestro futuro común», proclamaron solemnemente los 27 jefes de Estado y de gobierno de la Unión con ocasión del cincuentenario del Tratado de Roma, el 23 de marzo de 2007. Y añadieron: «La unificación europea nos ha traído la paz y la prosperidad (…) gracias al deseo de libertad de los hombres y las mujeres de la Europa central y oriental hemos podido acabar definitivamente con la división artificial de Europa». Esas declaraciones señalan la dimensión histórica del proyecto europeo edificado sobre las ruinas todavía humeantes de la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo ponen de manifiesto la mitología que le rodea y su corolario, una cierta negación de la realidad.

¿La paz? Cedamos la palabra al antiguo diputado y siempre muy europeo Jean-Louis Bourlanges: «No es Europa la que ha hecho la paz, sino la paz la que ha hecho a Europa». Aunque selló la reconciliación franco-alemana, en efecto, la construcción comunitaria se inscribe en el bloque atlántico y su desarrollo es inseparable de la Guerra Fría. Todos los «padres fundadores» (Jean Monet, Paul-Henri Spaak, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi, etc.) eran atlantistas, incluso alineados con las políticas estadounidenses.

¿La prosperidad? ¿Cómo pronunciar fríamente esa palabra en el momento en que la miseria se expande lentamente por todo el territorio de la Unión?

En cuanto a la «división artificial» del continente, obviamente se refiere a la Guerra Fría y al telón de acero que cortó en dos a Europa e incluso a familias enteras. Da a entender que habría existido una «unidad» perdida que había que recuperar. Pero la Unión Europea de los 27 –si contamos a Croacia 28- no corresponde a ninguna realidad histórica. El imperio de Carlomagno, citado a menudo como referencia, solo llegaba a los Estados bálticos y no a Escandinavia. Europea cuando se trata del Consejo Europeo o del concurso de Eurovisión, a Turquía le niegan esta pertenencia cuando pide su adhesión a la Unión… ¿Cómo pensar en la unidad de una entidad, sin precedentes históricos, cuyas fronteras se someten a debates y se vuelven a definir periódicamente debido a las nuevas adhesiones?

«Hay que hacer Europa por la espada», sugería el periodista francés Jean Quatremer en 2008 cuando un conflicto enfrentaba a Rusia y Georgia. «La guerra o la posibilidad de una guerra permitiría a la Unión afirmarse según los mismos mecanismos que permitieron la construcción de Estados Unidos. Así pasaríamos de “la Europa por la paz a “la Europa por la espada”» (1).

También el profesor neoyorkino Thomas J. Sargent, llamando en su auxilio a los siglos pasados, encuentra su inspiración –como muchos federalistas- en la historia de Estados Unidos. «¿Se pueden seguir perdiendo oportunidades durante mucho tiempo todavía? ¿No convendría llevar a cabo una auténtica revolución institucional, a la manera de la que emprendieron entre 1788 y 1790 los creadores de la Constitución de los Estados Unidos de América enfrentados a una crisis aguda de las deudas públicas de la Confederación y de los Estados Confederados?» (2).

Estas reflexiones dan a entender que se podría «forzar» el sentimiento nacional. Sin embargo parece que es al contrario: es la convicción más o menos fuerte de compartir un destino la que conforma la realidad. ¿Las 13 colonias inglesas de América habrían acabado construyendo un Estado si no las hubiese unido la lucha contra el colonizador fiscal en la defensa de intereses comunes? Además el hecho de compartir la lengua y la religión creó un espacio político entre las poblaciones insurgentes. Lo que obviamente está muy lejos del caso de la Unión Europea. Ninguna audacia institucional puede reemplazar el deseo de vivir juntos.

¿Entonces la construcción europea, tal como la conocemos, no tiene ningún sentido? Sería exagerado después de 60 años de trabajo compartido. Sin embargo desde ciertos puntos de vista refleja más un sentido de la fe que de la razón. Sus defensores «creen» a pesar de las dudas destiladas diariamente por una realidad cruel, a pesar del resentimiento cada vez más evidente de los pueblos que no quieren oír hablar de una Unión que solo da malas noticias. Porque a menudo es en nombre de lo que podría ser la integración comunitaria, y raramente en nombre de lo que es, por lo que la promueven sus dirigentes. Cualquier tratado, aunque sea malo, se debe adoptar con el pretexto de que hará «avanzar a Europa». ¿Y en definitiva no es «la fe» la que justifica un autoritarismo cada vez más abierto que vuelve la espalda a los valores democráticos que presuntamente debe defender la Unión?