lunes, 31 de agosto de 2015

NO A LA DESPOLITIZACIÓN

 

Cristina Cifuentes Presidenta de la CAM

¿Despolitizar Telemadrid? ¡No, gracias!
Roberto Mendès


El fatalismo de las leyes económicas enmascara en realidad una política, pero completamente paradoxal ya que se trata de una política de despolitización. Esta política aspira a otorgar un dominio fatal a las fuerzas económicas al liberarlas de todo control; tiene como meta obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas y sociales "liberadas" de esta forma.
Pierre Bordieu,
Contra la política de despolitización: los objetivos del Movimiento Social Europeo.

Parece que cuando Friedrich Schiller compuso en 1785 el poema que posteriormente utilizaría Beethoven para finalizar su novena sinfonía lo tituló Oda “a la libertad” (An die Freiheit), pero la censura del naciente estado prusiano le obligó a cambiar el título por el de Oda “a la alegría” (An die Freude). Schiller, de todas maneras, se las apañó para dejar claro que la alegría a la que le dedica la oda es la alegría que produce la libertad...
Este es un ejemplo histórico de “despolitización”: Schiller es despolitizado y su oda ya no puede hacer referencia a la libertad en una época en que la libertad está mal vista (casi siempre lo ha estado). Y el cambio “despolitizador” es un cambio clásico: cambiar “libertad” por “alegría”.
No deja de ser chocante que la Unión Europea escogiera una obra “despolitizada” como himno de la Unión. Y es que la “despolitización” es consustancial a la Unión Europea. Pero, para que todo quedase aún más despolitizado, la UE declaró en 1972 que el himno no tiene letra, sólo música... la de Beethoven... así quedaba totalmente “despolitizado”, no fuera a ser que alguno se entusiasmara escuchando la alabanza que hace a la fraternidad el poema de Schiller, de ahí pasara a pensar en la igualdad y que, llegados a ese punto, alguien atisbara la idea de libertad (que es lo que se quiere evitar). No: era mejor dejarlo sin letra. Ni siquiera que mencionara la alegría. Era necesario “despolitizarlo” del todo (aunque la música de Beethoven sea una referencia permanente a la libertad).
En España, antes de entrar en la Europa comunitaria, también hemos “despolitizado” mucho: Pemán despolitizó la poesía (hasta que Celaya, un tecnócrata converso, un ingeniero ingenioso, la volvió a cargar de futuro), los Ozores despolitizaron el cine (hasta que Carlos Saura estrenó La caza) y Lola Flores despolitizó la canción (hasta que Raimon, Llach y Paco Ibáñez nos recordaron que cantar es un actividad política)... En todos los casos, se repite el esquema: cambiar la libertad por la alegría.
Pero “despolitizar” es algo que va mucho más allá de la imposición de la alegría como sucedáneo de la libertad. Así lo han visto muchos pensadores, como Pierre Bordieu, en el artículo de 2001 que mencionamos al comienzo. Unas ideas, las de Bordieu, que vienen muy a cuento de la propuesta del PP y Ciudadanos para “despolitizar” Telemadrid. Todo se conjura con esta palabra: “despolitizar”. Y sin embargo, como muy acertadamente vio Bordieu, esconde mucho más de lo que pueda parecer a simple vista.
Además, es muy llamativo que se proponga, ahora, precisamente ahora,despolitizar Telemadrid. ¿No hubiera sido más coherente plantearlo hace cuatro o cinco o quizá ocho años (la época dorada delHermanterscherismo )? Pero no: se propone ahora (en el comienzo delCifuentismo). En el momento en que unos socios neoliberales, como Ciudadanos, comparten poder con el partido político que se ha dedicado, no ya a politizar la radiotelevisión pública, sino avampirizarla. Quizá sea porque la “despolitización” (como indica Bordieu) implica el ascenso de un nuevo poder: el de las fuerzas económicas y su capataz: la tecnocracia (“Esta política aspira a otorgar un dominio fatal a las fuerzas económicas al liberarlas de todo control”). En esa dirección van los tiros que se van dando.
Se dice por parte de los socios de gobierno de la Comunidad de Madrid que es necesario que sean “profesionales” los que decidan quién será el Presidente del ente público y quienes decidan cuáles serán los consejeros que, a su vez, tendrán un intachable currículum “profesional”. Obsérvese que no se dice “ciudadano” o “ciudadana”, se dice “profesional”... Serán los “profesionales” los que decidan… no la ciudadanía. Parece que Bordieu iba por buen camino… Mejor que decidan los que saben (nos están diciendo los mismos tecnócratas que se apuntan a sí mismos como seres infalibles dotados del conocimiento absoluto y poseedores de la verdad verdadera) y, a fin de cuentas, insisten, ¿Cómo vamos a dejar la información en manos de la gente? ¿Qué serían capaces de decidir?
Todo este proceso de “despolitización” esconde, además, la intención de no entrar en lo que es necesario entrar y de lo que debemos hablar: no se trata de “despolitizar” sino de conseguir que Telemadrid sea un medio imparcial, algo que no ha sido desde su creación (muchos sospechan que ya nació aquejada deparcialidad congénita). Y es que un medio público no debe ser parcial, es decir, debe mantener algo que es un concepto acuñado hace mucho tiempo: debe mantener la imparcialidad debida. No se trata de que las personas que trabajan, opinan, escriben y participan en coloquios en un medio de comunicación sean “imparciales”, se trata de que el medio lo sea, equilibrando las diferentes opiniones (entre otras cosas). No se trata de sustituir dependenciagubernamentalpor dependencia tecnocrática y sumisión a unas supuestas leyes del mercado, sino de conseguir la imparcialidad debida.
Y ya que se habla continuamente de la BBC como ejemplo de imparcialidad, creo que un repaso a los valores editoriales que propone la BBC en su carta constitucional nos dará una referencia clara de lo que nos falta en la discusión actual sobre Telemadrid (y en general en las discusiones sobre los medios de comunicación de titularidad pública). La BBC habla de: Confianza, independencia, imparcialidad y honestidad, de veracidad y adecuación de los tratamientos informativos, así como de integridad editorial, de servir al interés público, de justicia (fairness) y de trato correcto a las personas, de respeto a la privacidad, de transparencia y de rendición de cuentas (accountability). Pero, no habla de “despolitizar” nada...
Es tremendo que se propongan “despolitizaciones” a las personas que, por definición, somos seres políticos (zoon politikón – diría Aristóteles), es decir, se exige que las personas nos despersonalicemos, que dejemos aparte lo que es esencial -ese ser político- y nos convirtamos en un no ser apolítico, al mismo tiempo que, para “compensarnos”, se nos propone un mundo feliz tecnocrático que hace palidecer al de Huxley, en el que los técnicos nos van a decir lo que debemos hacer y lo que no en un triunfo épico de lo técnico sobre lo político.
Es tremendo que la pretensión de “despolitizar” oculte la verdadera discusión que es la de los valores editoriales.
Decía Chesterton que, En el mundo moderno nos enfrentamos sobre todo con el extraordinario espectáculo de la gente que vuelve la mirada hacia nuevos ideales porque no han probado los antiguos”. Algo parecido pasa con Telemadrid: aún no hemos probado cómo es el sabor de una radiotelevisión pública plural, independiente y de calidad, cuando, los mismos que lo han impedido, ya quieren que sea una radiotelevisión pública despolitizada.
La respuesta a semejante propuesta es evidente: no nos despoliticemos; al contrario, politicémonos los unos a los otros y consigamos evitar esa “política de despolitización” que desenmascara Bordieu y que tan claramente quiere aplicar el PP para contentar a sus socios en la Comunidad de Madrid.
A los que quieran hacer uso de esto que acaba de quedar dicho les invitamos a hacerlo: es mejor politizarse que entregarse a la “despolitización política”, esa que pretende la hegemonía de lo económico y lo tecnocrático ante lo humano y lo ciudadano.
El 15M y Podemos son herramientas de politización ciudadana. No de “despolitización”. Su mayor aportación ha sido la politización de la ciudadanía. La gente en las plazas opinando, hablando, proponiendo, ocupándose de lo que les interesa y les afecta... eso debe ser Telemadrid: una plaza pública completamente politizada con todos los ciudadanos y ciudadanas utilizándola para opinar, hablar, y conocer otras opciones diferentes. Eso es lo que quieren evitar. Porque lo que nos plantean es lo contrario: que nos despoliticemos, que nos vayamos a casa, que abandonemos la plaza y que la dejemos en manos de los mercaderes que la ocuparán con su tenderetes en cuanto la abandonemos.
Y es que el problema de Telemadrid no es cómo despolitizarla: de eso ya se ha encargado el PP. El problema de Telemadrid es, precisamente, su despolitización, así que la respuesta a la propuesta de PP y Ciudadanos solo debe ser una:
¿Despolitizar Telemadrid?: ¡NO, gracias
Fuente: Rebelión
Mentiras y medios

miércoles, 5 de agosto de 2015

El diktado de Alemania

 

Ignacio Ramonet

Le Monde Diplomatique

Sólo en las películas de terror se ven escenas tan sádicas como las que vimos el 13 de julio pasado en Bruselas, cuando el primer ministro griego Alexis Tsipras –herido, derrotado, humillado– tuvo que acatar en público, cabizbajo, el diktado de la canciller de Alemania, Angela Merkel, renunciando así a su programa de liberación por el cual fue elegido, y el cual precisamente acababa de ser ratificado por su pueblo mediante referéndum.

Exhibido por los vencedores como un trofeo ante las cámaras del mundo, el pobre Tsipras tuvo que tragarse su orgullo y tragar también tantos sapos y culebras que el propio semanario alemán Der Spiegel, compadecido, calificó la lista de sacrificios impuestos al pueblo griego de “catálogo de horrores”...

Cuando la humillación del líder de un país alcanza niveles tan espeluznantes, la imagen se queda en la historia para aleccionar a las generaciones venideras, incitadas a no aceptar nunca más un trato semejante. Así han llegado hasta nosotros expresiones como “pasar por las horcas caudinas” (1) o el célebre “paseo de Canossa” (2). Lo del 13 de julio fue tan enorme y tan absolutamente irreal que quizás este día también será recordado en el futuro de Europa como el día del “diktado de Alemania”.

La gran lección de ese escarnio es que se ha perdido definitivamente el control ciudadano con respecto a una serie de decisiones que determinan la vida de la gente en el marco de la Unión Europea (UE) y, sobre todo, en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos preguntarnos: ¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven obligados a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es decir, en las políticas económicas y sociales? Bajo este nuevo despotismo europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace tiempo y que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de evasión para los pueblos.

Al presentar a las muchedumbres a un Tsipras con la soga al cuello y coronado de espinas –“Ecce Homo”–, Merkel, Hollande, Rajoy y los otros pretendían demostrar que no hay alternativa a la vía neoliberal en Europa. Abandonad toda esperanza, electores de Podemos y de otros frentes de izquierda europeos; estáis condenados a elegir gobernantes cuya función consistirá en implementar las reglas y los tratados definidos una vez por todas por Berlín y el Banco Central Europeo.

Lo más perverso es que, al igual que en un juicio estalinista a semejanza del “Proceso de Praga”, se le ha exigido a quien más criticó el sistema, a Alexis Tsipras, que sea quien se humille ante él, que lo elogie y que lo suplique.

Los que ignoraban que vivíamos en un sistema despótico lo han descubierto en esta ocasión. Algunos analistas dicen que ya estamos en un momento que podríamos calificar de “postdemocrático” o de “postpolítico”, ya que lo que pasó el 13 de julio en Bruselas demuestra el desgaste del funcionamiento democrático y del funcionamiento político. Además, muestra que la política ya no consigue dar las respuestas que los ciudadanos esperan, aunque voten mayoritariamente a favor de ellas.

La ciudadanía observa, desesperanzada, cómo se exige al partido griego Syriza, que ganó las elecciones y que ganó un referéndum con un discurso contra la austeridad, que aplique con mayor brutalidad la política de recortes que los electores rechazaron. Consecuentemente, muchos se preguntan: ¿para qué sirve elegir una alternativa si la alternativa acaba siendo exactamente una repetición de lo mismo?

Lo que Angela Merkel ha querido demostrar de manera muy clara es que, hoy en día, no existe lo que llamamos alternativa económica, representando ésta una opción contraria a la política neoliberal de recortes y de austeridad. Así, cuando un equipo político elabora un programa alternativo, lo somete a la ciudadanía para que pueda elegir entre éste y otros programas y cuando dicho programa gana las elecciones y un equipo nuevo alcanza legítimamente, democráticamente, la dirección de un país, ese equipo de gobierno, con su proyecto alternativo antineoliberal, descubre que, en realidad, no tiene margen de maniobra. En materia de economía, de finanzas y de presupuestos no dispone de ningún tipo de margen de maniobra porque, además, están los acuerdos internacionales, que “no se pueden tocar”; los mercados financieros, que amenazan con sanciones si se toman ciertas decisiones; los lobbys mediáticos, que hacen presión; los grupos de influencia oculta como la Trilateral, Bildeberg, etc. No hay espacio.

Todo esto significa, simplemente, que el gobierno de un Estado de la zona euro, por mucha legitimidad democrática que posea y aunque haya sido apoyado por el sesenta por ciento de sus ciudadanos, no tiene las manos libres. Sí las tiene si decide realizar reformas legislativas para modificar aspectos importantes de vida social como, por ejemplo, el aborto, el matrimonio homosexual, la reproducción asistida, el derecho a voto de los extranjeros, la eutanasia, etc. Sin embargo, si desea reformar la economía para liberar a su pueblo de la cárcel neoliberal, se encuentra con que no puede hacerlo. Sus márgenes de maniobra aquí son prácticamente inexistentes, no sólo por la presión de los mercados financieros internacionales sino también, sencillamente, porque su pertenencia a la zona euro le obliga a someterse a los imperativos del Tratado de Maastricht, del Tratado de Lisboa, del Pacto fiscal (que exige que el presupuesto nacional no puede tener un déficit superior al 0,5% con respecto al PIB del país), del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (que endurece las condiciones impuestas a los países que necesitan un crédito), etc.

Como consecuencia, se ha creado, efectivamente, en Europa en la actualidad, el estatus de “nuevo protectorado” para los Estados que han pedido un rescate. Grecia, por ejemplo, es gobernada de manera “soberana” para todas las cuestiones que tienen que ver con la gestión de la vida social de sus ciudadanos (los “indígenas”). No obstante, todo lo que tiene que ver con la economía, con las finanzas, con la deuda, con la banca, con el presupuesto y, evidentemente, con la moneda está gestionado por una instancia superior: la tecnocracia euro de la Unión Europea. Es decir, Atenas ha perdido una parte decisiva de su soberanía, el país ha sido rebajado al grado de protectorado.

Dicho con otras palabras: lo que está ocurriendo no sólo en Grecia sino en toda la zona euro –en nombre de la austeridad, en nombre de la crisis– es, básicamente, el paso de un Estado de bienestar hacia un Estado privatizado en el que la doctrina neoliberal se impone con un dogmatismo feroz, puramente ideológico. Estamos ante un modelo económico que está arrebatando a los ciudadanos una serie de derechos adquiridos después de largas y, a veces, sangrientas luchas.

Algunos dirigentes conservadores tratan de calmar al pueblo diciendo: “Bueno, se trata de un mal periodo, un mal momento que hay que pasar. Tenemos que apretarnos el cinturón, pero saldremos de este túnel”. La pregunta es: ¿qué significa “salir del túnel”? ¿Nos van a devolver lo que nos han arrebatado?¿Nos van a restituir los recortes salariales que hemos padecido? ¿Van a restablecer las pensiones al nivel en el que estaban? ¿Vamos a volver a tener créditos para la salud pública, para la educación?

La respuesta a cada una de estas preguntas es “no”. Porque no se trata una “crisis pasajera”. Lo que ocurre es que hemos pasado de un modelo a otro peor. Y ahora se trata de convencernos de que lo que hemos perdido es irreversible. “Lasciate ogni speranza” (3). Ése fue el principal mensaje de Angela Merkel el pasado 13 de julio en Bruselas mientras exhibía, cual teutónica Salomé, la cabeza de Tsipras en una bandeja...

Notas

(1) La batalla de las Horcas Caudinas tuvo lugar el año 321 a. C., entre los ejércitos romano y samnita. Los samnitas de Cayo Poncio, gracias a su posición estratégica, rodearon y capturaron a un ejército romano de unos 40.000 hombres. Los soldados fueron desarmados, despojados de sus vestimentas y, únicamente con una túnica, fueron obligados a pasar de uno en uno por debajo de una lanza horizontal dispuesta sobre otras dos clavadas en el suelo, lo que les obligaba a inclinarse como condición para ser liberados. Esta derrota es el origen de la frase “pasar por las horcas caudinas” o “pasar bajo el yugo”, utilizadas en varias lenguas occidentales cuando hay que pasar un trance difícil, humillante y deshonroso por la fuerza.

(2) El “paseo de Canossa” hace referencia al viaje del emperador Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico desde Espira (Speyer, Alemania) al castillo de Canossa (Italia) para ver al Papa Gregorio VII en enero de 1077. El objetivo era solicitarle que le levantara la excomunión. Cuando llegó a Canossa, Enrique IV tuvo que permanecer arrodillado a las puertas del castillo tres días y tres noches, nevando, vestido como un monje, con una túnica de lana y descalzo, para poder conseguir el perdón papal. Hoy en día, la expresión “Paseo de Canossa” (“Gang nach Canossa” en alemán, “Walk to Canossa” en inglés, “Aller à Canossa” en francés y “L’umiliazione di Canossa” en italiano) se usa para señalar una petición humillante.

(3) “Abandonad toda esperanza”, Dante Alighieri, La Divina Comedia. El Infierno. Canto III.

Fuente original: http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial/0000856412872168186811102294251000/editorial/?articulo=2d049be4-c300-475d-9643-2749edf55aad