Parlamento Italiano, democracia desacreditada
Rossana Rossanda
La requisitoria contra los partidos, hecha incluso por amigos queridísimos además de ciudadanos intachables, como Marco Revelli, ha llegado hasta su exponente más frágil, el Partido Democrático, demostrando que el resultado es la transformación del partido en simple comité electoral. ¿Qué era un partido si no una idea y propuesta de sociedad, que hacía propia una parte de ella, como dice la misma palabra, y se presentaba a una población compuesta por partes sociales diversas y asimismo opuestas? En este sentido es en el que la Constitución del 48 señala en los partidos, agregados de ideas e intereses, los instrumentos típicos de la democracia, los “cuerpos intermedios que organizan la reflexión entre la sociedad y el Estado, y por medio de las elecciones expresan la fracción mayoritaria”. Con un solo límite, el pacto constitucional, dentro del cual y sin salirse de él los partidos son libres de moverse y modificarse.
Esta estructura del pensamiento político moderno lleva estallando desde 1989 en adelante con la crisis de los partidos comunistas y de ese “compromiso keynesiano” que nació tras el desastre económico del 29, el surgimiento de los fascismos y la Segunda Guerra Mundial. Y que ha estado en la base de las constituciones democráticas, como la nuestra. Ésta reconocía que hay intereses opuestos entre capital y asalariados, e intentaba frenar bien una revolución como la rusa de 1917, bien una reacción como la fascista y nazi, poniendo límites a la clase más fuerte, la del capital. Era entonces opinión común que debía corregirse el modo de producción capitalista dominante en Occidente. La oleada neoliberal reiniciada por Thatcher y Reagan ha proclamada la unicidad y eternidad de la ordenación capitalista con la famosa “TINA” [“There is no alternative” – “No hay alternativa”] y ha puesto fin a los “partidos” como expresión de “partes sociales”, dejando legitimidad solamente a los bilateralismos anglosajones y a un modo en parte diferente de administrar la única sociedad posible, la capitalista. Y este retorno a Von Hayek se le le ha antojado persuasivo a los herederos de los partidos comunistas; es más, como dijera D’Alema, es la “normalidad” a la que deseaban que llegase Italia.
Desde ese momento, también los partidos que han seguido llamándose de izquierda han dejado de expresar una idea diferente de sociedad, con relativos valores y contravalores, adversarios y objetivos, y su eje se ha desplazado de la propuesta de una idea de sociedad y de país a la promoción de las personas que se presentan como candidatas para dirigirlos. No sorprende que el más afectado y asolado por el cambio sea el heredero del Partido Comunista, el PD. Atravesado por luchas furibundas entre los que se autoproponen ceñirse al presente y los pocos que querrían mantener una diferencia social, ser ,en resumen, no digo todavía comunistas sino todavía keynesianos. La mayoría, también en la llamada sociedad civil, no quiere volver a oír hablar de conflictos y prefiere lamentar la degeneración moral de una política que no puede ser más que ésa. Y no quieren saber nada, no por casualidad, de la propuesta de Fabrizio Barca, consistente en restituir a los partidos solamente el papel de proponentes de ideas de sociedad, separándolos de las instituciones del Estado, con relativos puestos y prebendas. No es una propuesta simple, pero no la han tomado en consideración ni siquiera los dirigentes candidatos a la secretaría general, y el PD ya no es más que un comité electoral, cuyo problema principal consiste en decidir si la base de los electores debe reservarse a quien constituía la base social compuesta por aquellos sin medios de producción (capitales, tierras, minas) o bien el conjunto de la población , capitalista o no. El voto irá exclusivamente a la persona del candidato y a su modo de hacer y aparecer en una sociedad justamente “normalizada” como se ha indicado antes. Un joven como Renzi no duda en decir que no le importa nada del partido salvo como medio sobre el cual elevarse para llegar al gobierno: porque con una sociedad distinta no se identifica en absoluto.
No sé si un partido de ese género estaría en situación de remediar la crisis italiana, un apartado de la crisis mundial en la que nos ha metido el neoliberalismo. Esto no está en sus intenciones, del mismo modo que desconozco el análisis de las causas que hace hasta ahora Barca. Más modestamente, ¿estaría su propuesta en condiciones de liberarnos de esa superposición de bajos intereses e ilegalidad que reprobaba Marco Revelli al desear el fin de los partidos? Quizás sí, pero, aun quedando limpia de nuevo la esfera de la representación, habría que volver a pensar el conjunto de la estructura política. Y sería imposible cancelar el conflicto social como hace hoy toda la política, derecha e izquierda, representados y no representados.
Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón