jueves, 5 de julio de 2012

¿SE PUEDE CREER EN EUROPA?

 

Artur Mas President

Uno de estos días hay que armarla en toda Europa: sobre indignidades nacionales e integración europea


 
 
Rafael Poch · · · · ·
El Capital está desintegrando la Europa social. La noticia de la cumbre de ayer en Bruselas no es el efímero consuelo italo-español, sino el arrollador triunfo del Pacto Fiscal, la mordaza legal que atenaza la vía neocón en la eurocrisis. Mientras la recesión y el desempleo se extienden casi por todas partes, mientras las deudas aumentan junto con los recortes sociales, seguimos sin cambio del vector neoliberal. Si uno compara el peso del Pacto Fiscal, que dicta concretamente la línea a seguir en Europa (Autoridad, Desigualdad Austeridad), con la vaga calderilla destinada al crecimiento, el resultado es inequívoco. No ha habido derrota de Berlín, donde ayer se ratificó, sin problemas ni mayor debate, el Pacto Fiscal.
La crisis del euro resquebraja inevitablemente la Unión Europea. Las cosas están sucediendo muy rápido. En apenas dos años Alemania ha perdido gran parte del prestigio que supo ganarse desde la posguerra. Vuelve a ser vista con desagrado y antipatía por media Europa.
Se lo ha ganado a pulso pues ha sido ella, su gobierno, quien ejerce el liderazgo del programa de la Gran Desigualdad en Europa y quien preside el atropello de Grecia.
Que tantos europeos se hayan dejado engañar por la leyenda de que Grecia era la culpable, el cuento que nos arrojaron para sacar del banquillo de los acusados al poder financiero-político que ocasionó esta crisis, es inaudito. Una crisis, hay que repetirlo, que es internacional, en la que Wall Street, Londres, Berlín y París son centro king size y las chorizadas de Bankia, Marbella, Camps y Millet, cutre periferia.
Ha sido indigno participar en el pateo de Grecia. Desde un punto de vista de país, el “nosotros no somos Grecia” lanzado desde Madrid, no es más que la miserable actitud del esclavo que ignora el sufrimiento de su hermano para ganarse el favor del patrón. Ahora, cuando los pateados somos nosotros, habrá que sumar esa indignidad a lo mucho que llevamos tragando ya, como país y sociedad.  En esta España de nuevos ricos, hijoputecada e intelectualmente asfaltada, aún está por ver si el espíritu del Quijote no ha fallecido irremediablemente, como constatan nuestros parientes latinoamericanos. Ojala que  el largo periodo de vacas flacas que se nos viene encima sirva para devolvernos algo de nuestras antiguas virtudes ibéricas, incluido el orgullo y la solidaridad de los anticuados.
Y en el peldaño inferior de la indignidad aparece, como no, nuestra autonomía que pretende ser la “Alemania de España”. Lo es sólo en su contribución negativa: por mezquindad, no por los méritos habitualmente asociados con Alemania.
El gobierno de Catalunya no sólo afirma que no es Grecia, sino que pretende no ser España. Su alegato alternativo viene rotundamente desmentido por el mapa de la corrupción, de la burbuja inmobiliaria, del oportunismo chaquetero y del patrioterismo carrerista del 3%: formamos parte, más que nunca, de aquella unidad de destino en lo universal, que decía Franco. Y de qué manera.
La Catalunya institucional y su entorno neocón-pa-amb-tomàquet busca con orgullo una alianza con los gángsteres de Las Vegas. De paso la vende como eje geopolítico con el Estado gamberro de Oriente Medio, sin escándalo ni conmoción. Construir casinos, hoteles y vender para ello el último solar junto a su sobredimensionado aeropuerto barcelonés, es su reacción instintiva a la quiebra universal del casino inmobiliario. Ese es el último pulso que mantiene la superior Barcelona con elperverso Madrid. Ladrillo y puticlubs son la respuesta del proto Estat catalá, regado con independentismo vergonzante, y quien sabe si algún día hasta con desafío a la monarquía, ahora que, debilitada y de capa caída, es fácil objetivo. Este gobierno acabará levantando una casa de citas en el mismo Fossar de les Moreres, que es solar edificable, y lo hará pasar por patriotismo catalán. Y si no al tiempo.
En esta Europa de naciones indignas no se salva nadie. Y sin embargo, Europa, la Unión Europea, vale la pena. Aunque haya que reconstruirla de abajo arriba.
Como se ha dicho tantas veces, es la mejor alternativa a lo que había antes: naciones que guerreaban unas con otras sin cesar y que protagonizaron las mayores carnicerías de la historia de la humanidad, no sólo en el viejo continente sino también allí donde llegaron con su civilizador colonialismo. La guerra no es algo del pasado. Ahora mismo hay una veintena de ellas en marcha, con diversa intensidad, casi todas vinculadas a recursos naturales.
La perspectiva de esta eurocrisis es su ensamblaje con la crisis global y con la vana ilusión de resolverla mediante una posible nueva gran guerra en Oriente Medio que acabe con los últimos regimenes independientes de Occidente en la región. Que sean dictaduras o no, es lo de menos. Lo que cuenta es la disciplina de su alineamiento, como es archiconocido: amarrar el control energético y subyugar de paso a grandes países autónomos -ellos mismos temerosos de ser algún día víctimas de los cambios de régimen- que, o bien se abastecen de combustible en los pozos de esos regímenes, como China, o bien tienen intereses en ellos, el caso de Rusia. Un 1929 con traca bélica en Irán y repercusiones en Asia, una gran guerra, no es ninguna alucinación de visionario.
Cuando el Zar se vuelve loco, se va de guerra al Cáucaso”, dice un viejo proverbio persa. Ahora que el Capital está enloqueciendo quién sabe si acabará yendo a guerrear precisamente a Persia.
Si no se quiere acabar marcando el paso o aclamando a nuevos belicosos caudillos (las señales de la agresividad y el desprecio a los débiles y vulnerables, ya están instaladas entre nosotros), las sociedades europeas tendrán que levantarse. La juventud europea sin futuro tendrá que abandonar su rebeldía “on line” , pasar a otro estadio de organización y compromiso, crear nuevas economías locales basadas en la utilidad y el apoyo mutuo, y pelar por Europa.
Para ello no hace falta ni siquiera cambiar las consignas que ofrece Bruselas: Más Europa, sí, pero para afirmar otra Europa. Más  integración, sí, pero de la protesta civil europea.
No puede ser que los griegos hagan huelga el lunes, los italianos el miércoles, los portugueses el martes, mientras los alemanes y los belgas se manifiestan en domingo. Esa es la única integración europea válida y realista. Uno de estos días hay que armarla en toda Europa para acabar con tanta indignidad.
Rafael Poch, amigo y colaborador de SinPermiso, es el corresponsal en Berlín del diario barcelonés La Vanguardia.
La Vanguardia, 30 junio 2012






















Monti “el técnico"

  Balance de la Cumbre UE de 28/29 de junio de 2012: Una buena decisión que, probablemente, no servirá para nada 



Mario  Monti “el técnico”
 
 
Yanis Varoufakis · · · · ·
La señora Merkel fue a Bruselas con la intención de matar dos pájaros de una pedrada, coger su bolso y volver a Berlín sin más preámbulos. La piedra era el grandilocuente “Pacto por el Crecimiento”, que no es otra cosa que un re-empaquetado falso de los Fondos Estructurales y del BEI ya existentes (a los que se suman unos míseros 10.000 millones de euros). Los dos pájaros eran, respectivamente, el SPD, su oposición doméstica (que había puesto como condición para apoyar la ratificación del MEE algún "avance" en las políticas crecimiento), y el Sr. Hollande (que también necesita algo que se parezca a un Pacto por el Crecimiento para endulzar la amarga píldora del Pacto Fiscal que tienen que tragarse sus votantes).
La primera parte de la Cumbre se fue en la discusión de este intrascendente “Pacto por el Crecimiento”. Cuando ya los tenían en el bolsillo, el señor Van Rumpoy y la señora Merkel intentaron cerrar el tema limpiamente, esperando con ello concluir la cumbre sin más. Fue en ese momento cuando el Sr. Monti recogió el envite y descubrió el farol de la Canciller. En efecto, amenazó con bloquear la Cumbre cuanto tiempo hiciera falta hasta que no se alcanzasen dos acuerdos: el primero, la recapitalización directa y la supervisión de los bancos por parte del FEEF y el BCE, tal y como habíamos sugerido en nuestra “Modesta propuesta” de hace dos años (1). El segundo, el acceso directo de Italia (y presumiblemente de otros países) a la financiación del FEEF (es decir, que el FEEF pueda comprar bonos italianos en el mercado primario). Naturalmente, la señora Merkel se resistió. Pero, como para demostrar una vez más que su obstinación fue siempre tan débil como el papel, en el momento en que España y Francia se colocaron del lado de Italia, cedió. El resultado fue el primer acuerdo del Consejo de la UE sensato desde que estalló la crisis.
Dicho esto, cualquier celebración es prematura. En primer lugar, la señora Merkel no ha dicho su última palabra. Como ya ha pasado antes, este nuevo papel del FEEF (y del BCE, en relación con su nueva función de supervisión bancaria) puede ser desvirtuado por el Parlamento Federal de Berlín, el Tribunal Constitucional alemán, o en los oscuros corredores del poder en Frankfurt, Berlín o Bruselas. En segundo lugar, incluso si el acuerdo es puesto en practica y no es desvirtuado, se trata sólo un pequeño paso. Servirá para poco, a menos que se trate la toxicidad del FEEF (ver el punto Política 2 de nuestra “Modesta propuesta”, como un ejemplo de cómo podría hacerse) y se abra el grifo para llevar a cabo una auténtica política de crecimiento (un New Deal para Europa, como nos gusta llamarlo en el punto Política 3 de la “Modesta propuesta”).
En un artículo del pasado mes de agosto, expliqué por qué el FEEF es tóxico y la razón por la cual o bien no tendrá suficiente dinero para la tarea encomendada (como ocurre hasta el momento) o, si se le permite recaudar el dinero suficiente (a través de la emisión de bonos tipo CDO –Obligaciones de Deuda Colaterales), el impacto de su hallada nueva "riqueza" situaría otra vez a la zona euro ante un repetido circulo vicioso de efecto dominó. Por razones estéticas, reproduzco el diagrama que utilicé para explicar mi análisis entonces. Para el análisis completo, ver Why Italy? Why Spain? And why the EFSF’s size does not matter

Conclusión
En conclusión, la zona del euro no esta aun fuera de peligro. La Cumbre de la UE tomó una decisión importante que le permitirá a Europa ganar unos cuantos meses. Lo esencial de esa decisión fue racionalizar el uso de los fondos del FEEF. Por desgracia, la vía para recaudar fondos del FEEF sigue siendo irracional y conduce a una repetición a medio plazo del efecto dominó que, esa vez, empujará a Francia al borde del acantilado. O, para decirlo de otra manera, y en términos de nuestra “Modesta propuesta”, Europa decidió ayer adoptar en lo fundamental el punto Política 1. No ha hecho nada en relación con Políticas 2 y 3 (sin la cuales Política 1 es un callejón sin salida). Aunque pueda ser satisfactorio presumir de que "Política 1 en marcha, 2 y 3 a la espera” ", mucho me temo que, para decir la verdad, el balance correcta sería: Política 1 en marcha, pero Política 2 y Política 3 no están aun ni encima de la mesa y Política 1 es probable que acabe convertida en polvo, machacada parlamentaria, constitucional y burocráticamente, como consecuencia revanchista de la derrota táctica de la señora Merkel.
Epigramática: por primera vez una cumbre de la UE adoptó una decisión sensata que, sin embargo, es poco probable que mantenga unido al euro. No a menos que esta decisión se aplique con rapidez y anuncie la adopción de las otras dos decisiones sin la cuales es papel mojado.
 
Yanis Varoufakis es profesor de Economía en la Universidad de Atenas.
Traducción para www.sinpermiso.info: Gustavo Buster

















Y la nave Grecia va: carta ficticia a un colega italiano

 

Federico Fellini,  “La nave va….”

 

 

Yanis Varoufakis · · · · ·

 

“Mientras las elites vacilan, enredan y manipulan, con Atenas, Roma, Madrid, Lisboa y Dublín en llamas, las sociedades se precipitan en un lodazal en el que desaparece la esperanza, se desvanece el horizonte, se malbarata la vida y los únicos ganadores son los misántropos, los ‘odiadores’, los cazadores de chivos expiatorios en formas de alien, el judío, el ‘diferente’, el ‘otro’. A medida que se apagan, literalmente, las luces en mi país, con familias que optan por desconectarse de la electricidad para poder poner un plato de comida en la mesa, bandas de matones ‘patrullan’ las calles en busca del ‘enemigo’. La ideología nazi recibe otra oportunidad, como el hambre y la desposesión, para infectar, una vez más, nuestro tejido social. Y a medida que nuestras instituciones, nuestros sindicatos obreros, nuestras normas y organizaciones culturales se están volviendo conchas vacías, poco, si algo, se atraviesa en el camino de esos fanáticos, los racistas, los explotadores del sufrimiento y el desvalimiento universales. Y hete aquí que el huevo de la serpiente está incubándose de nuevo en la Europa de hogaño, y por las mismas razones que en la de antaño.”

 

 

Hace unas cuantas semanas, Andrea Adriatico, un director teatral de los Teatri Di Vita de Bolonia, me vino con una interesante propuesta: ¿podría escribir una “carta” a algún ficticio profesor italiano de economía describiendo como de colega a colega la “situación” griega, según la experimenta un profesor griego de economía? Esa carta sería leída como parte de una pieza titulada Cuore di… Grecia [Corazón de… Grecia]. Me intrigó el asunto, y le dije que lo haría. Lo que sigue es la “carta” que terminé escribiendo. La primera representación de la obra está prevista para fines de julio.

Querido colega,

Como usted, supongo yo, crecí con las imágenes en blanco y negro de películas que describían una Europa meridional en pugna por recuperarse de la calamidad del tiempo de entreguerras.

Como usted, mi cabeza rebosa de imágenes de gentes batalladoras, de cuyas cuitas y afanes nacieron oleadas de emigrantes italianos y griegos hacia destinos remotos, así como películas del tipo Ladri di biciclette y otras griegas parecidas, en las que se construían secuencias cómicas en torno a las tribulaciones de un hombre hecho y derecho por hacerse con un pastel de queso o un plato de postre. Sin embargo, llegó un tiempo en que no era tan fácil evocar la pobreza y desposesión que conferían a esas secuencias cómicas su mordaz patetismo. Nuestras sociedades, Italia y Grecia, fueron alejándose de la tradición cultural de De Sica, Fellini, Koundoros y Kakoyiannis, hasta abismarse en el agujero negro de la vulgaridad berlusconiesca. Durante esos años de “crecimiento” y consumo, muchos de nosotros abrigábamos la esperanza de que nuestras sociedades encontrarían en sí mismas la capacidad para redescubrir el equilibrio perdido; para combinar la barriga llena con el gusto por un cine decente y preferirlo a los groseros espectáculos televisivos de chismorreo exhibicionista.

Pero, ¡ay!, no nos fue dado conseguirlo. Antes de lograr ese equilibrio –suponiendo que pudiera haberse lograrse—, nos golpeó el 1929 de nuestra generación. Ocurrió en 2008, cuando, exactamente igual que en 1929, colapsó Wall Street, la moneda común de la época (el Patrón Oro en 1929, el euro en 2010) empezó a flaquear y muy pronto nuestras elites fracasaron espectacularmente a la hora de responder racionalmente a la marcha triunfante de la Crisis. Dos cortos años después de que la crisis golpeara a mi país, Grecia, nos descubrimos a nosotros mismos, una vez más, capaces de conectarnos con las secuencias cómicas de las películas de los 50 y los 60 y el anhelo de un pastel de queso y el sueño de un postre.

Cuando estudiaba teoría económica en mi juventud, recuerdo haber tenido graves dificultades para entender porqué los gobiernos de entreguerras, de 1929 en adelante, habían fracasado de modo tan rotundo a lo hora de contrarrestar el malestar económico que tan trágicamente nos condujo a la II Guerra Mundial. Leía sobre el compromiso del presidente Hoover con la drástica reducción del gasto público y la no menos drástica bajada de salarios mientras la economía estadounidense estaba implotando, y no podía entender yo cómo pudieron sus distinguidos asesores aconsejarle tamaña idiocia. Me negaba simplemente a creer que se tratara de mala gente que deseaba el mal de sus compatriotas. Pero, al mismo tiempo, no podía entender cómo hicieron para convencerse a sí propios de que sus acciones podían aliviar a sus sufrientes y dolientes votantes.

Bien, han pasado muchos años desde entonces y, luego de tanto tiempo, he entendido. Viendo a nuestro gobierno en Grecia desde la erupción de la crisis de la deuda, observando las vacilaciones de los dirigentes europeos, librados a una política calamitosa tras otra, logré finalmente entenderlo. Se trata, así puede pensarse, de algo no tan distinto de lo que ocurrió en los EEUU a fines de los 60 y principios de los 70. Dentro del Pentágono, unos generales inteligentes entendían perfectamente bien que la guerra norteamericana en Vietnam no podía ganarse. Que enviar más tropas para luchar en las junglas, bombardear con más bombas de NAPALM a los vietnamitas, multiplicar en general el esfuerzo de guerra, era un despropósito. Ahora sabemos perfectamente, por cortesía de Daniel Ellsberg y sus esfuerzos heroicos, que sabían perfectamente bien, tomados de uno en uno, y aun en pequeñas comidillas, que las suyas eran vías muertas. Y sin embargo, les resultaba imposible coordinarse unos con otros, sintetizar sus estimaciones y acordar de consuno un cambio de rumbo. Un cambio que habría salvado miles de vidas norteamericanas y centenares de miles de vidas vietnamitas, por no hablar de enormes cantidades de dinero. Algo parecido está ocurriendo en Atenas, en Roma, en Berlín y en Paris ahora mismo. No es que los miembros de nuestras elites no puedan ver que Europa es como un tren que está descarrilando a cámara lenta, con Grecia de primer vagón que se sale de la vía, seguido de Irlanda y Portugal, que arrastran al descarrilamiento de los grandes vagones que van detrás: España, Italia, Francia, y finalmente, la propia Alemania. No. Yo creo que el ojo de su espíritu lo ve, al menos tan perspicuamente como los generales estadounidenses podían anticipar las escenas finales en Saigón: con los helicópteros rescatando en vuelo a los últimos ciudadanos norteamericanos que esperaban en los tejados de la embajada de los EEUU. Pero, exactamente igual que a los generales estadounidenses, les resulta imposible coordinar sus puntos de vista y dar con una respuesta política razonable. Ninguno de ellos se atreve a hablar cuando entra en la sala de conferencias en que se toman las decisiones importantes, no fueran a verse acusados de “blandengues” o de “extraviados”. De modo que se mantienen silentes cuando Europa está ardiendo, esperando contra toda esperanza que el fuego se extinguirá por sí mismo, a sabiendas, en el fondo más hondo de su corazón, de que no ocurrirá tal cosa.

Mientras ellos vacilan, enredan y manipulan, con Atenas, Roma, Madrid, Lisboa y Dublín en llamas, las sociedades se precipitan en un lodazal en el que desaparece la esperanza, se desvanece el horizonte, se malbarata la vida y los únicos ganadores son los misántropos, los “odiadores”, los cazadores de chivos expiatorios en formas de alien, el judío, el “diferente”, el “otro”. A medida que se apagan, literalmente, las luces en mi país, con familias que optan por desconectarse de la electricidad para poder poner un plato de comida en la mesa, bandas de matones “patrullan” las calles en busca del “enemigo”. La ideología nazi recibe otra oportunidad, como el hambre y la desposesión, para infectar, una vez más, nuestro tejido social. Y a medida que nuestras instituciones, nuestros sindicatos obreros, nuestras normas y organizaciones culturales se están volviendo conchas vacías, poco, si algo, se atraviesa en el camino de esos fanáticos, los racistas, los explotadores del sufrimiento y el desvalimiento universales. Y hete aquí que el huevo de la serpiente se está incubando de nuevo en la Europa de hogaño, y por las mismas razones que en la de antaño.

Su país y el mío comparten mucho más de esta triste historia de lo que nos preocupamos por admitir. Antes de la Guerra, nuestras sociedades engendraron y toleraron regímenes fascistas. Es verdad que vuestro Mussolini y nuestro Metaxas terminaron haciéndose la guerra, pero ambos fueron producto de fracasos políticos y desastres económicos que resultan inquietantemente similares al compartido destino de nuestros dos países hoy. Bien sé que en la Europa de nuestros días se anda al estricote con una extraña y aviesa geografía: Irlanda se esfuerza penosamente en argüir que no es Grecia, Portugal en sostener que no es Irlanda, España grita a campana herida que no es Portugal y, ni que decir tiene, Italia quiere darse a entender que no es España. Yo le propongo a usted que dejemos de lado esa idiota negación del malestar que nos es común. Desde luego que Italia no es Grecia; sin embargo, el atolladero en que más y más se ve metida Italia mientras yo le escribo estas líneas no puede separarse de modo fértil del atolladero en que se encuentra mi país. Puede que nuestra enfermedad venga acompañada con el síntoma de una fiebre más alta que la que sufren ustedes, pero –créame— se trata del mismo virus. Su fiebre llegará mañana al nivel que tenemos nosotros ahora.

Mucha gente que conozco fuera de Grecia, incluidos varios colegas economistas, cometen el error de pensar que lo que está experimentando Grecia es una recesión profunda. Déjeme decirle que esto no es una recesión. Es una depresión. ¿Cuál es la diferencia? Las recesiones son meras desaceleraciones. Períodos de reducida actividad económica y aumento del desempleo. Como usted y yo enseñamos a nuestros estudiantes, las recesiones son al capitalismo lo que el infierno al cristianismo: algo desagradable pero esencial para el funcionamiento del “sistema”. Los períodos de recesión pueden ser redentores, en el sentido de que “descartan” del eco-sistema económico lo menos eficiente, las empresas que realmente no deberían seguir activas en el mundo de los negocios, los productos pasados de moda, las técnicas productivas obsoletas, en fin, y para servirnos de una metáfora, los dinosaurios.

Sin embargo, lo que está en curso en Grecia no es una recesión. Aquí todo el mundo se va a pique. Lo eficiente, no menos que lo ineficiente. Lo productivo y lo improductivo. Las empresas potencialmente rentables y las empresas con pérdidas. Conozco fábricas que exportan todo lo que fabrican a consumidores satisfechos con sus productos, con listas de pedidos saturadas y una larga historia de rentabilidad; y sin embargo, se hallan al borde de la bancarrota. ¿Por qué? Porque sus suministradores extranjeros no aceptan sus garantías bancarias, necesarias para surtirles del material que necesitan: nadie se fía ya de los bancos griegos. Pero con los circuitos del crédito perfectamente quebrados, esta Crisis está hundiendo todos los barcos, destruyendo todos los esquifes, llevando al naufragio a la sociedad toda. Y cuanto más recortamos los salarios, cuanto más subimos los impuestos, cuanto más reducimos los subsidios de desempleo, tanto más hondo se hace el agujero en que nos estamos hundiendo todos. Si alguien quisiera aclarar el concepto de círculo vicioso, la Grecia de hoy sería el ejemplo perfecto de estudio.

Entre usted y yo, de profesor de economía a profesor de economía, necesito compartir un hondo sentimiento de vergüenza por nuestra profesión. Ya sabe usted que otros académicos suelen compararnos a los sismólogos, y bromear a cuenta de que somos tan inútiles como ellos a la hora de predecir el fenómeno que está en el núcleo de nuestras respectivas disciplinas. No les falta razón. Como profesión, jamás hemos logrado alertar ex ante al mundo de un “terremoto” en ciernes. Puede que lo hayan hecho algunos economistas aislados, pero también los relojes parados dan correctamente la hora dos veces al día. No; como cuerpo de “científicos” hemos demostrado ser tan malos como los sismólogos a la hora de decirnos dónde, cuándo y con qué fuerza se producirá el próximo terremoto. Sólo que nosotros somos mucho, pero mucho peores que los sismólogos.

Piense en esto: detrás de cada CDO tóxico, detrás de cada ingeniería financiera letal, asomaba alguno de esos prístinos modelos que construimos nosotros. Detrás de cada política económica responsable del (pretendido) “crecimiento” tipo Ponzi anterior al crash de 2008, puede siempre encontrarse algún celebrado y bien respetado economista que suministró la cobertura ideológica de la política finalmente adoptada. Detrás de cada medida de austeridad que hoy sofoca a nuestras sociedades, hay también algún colega académico nuestro, cuyos modelos y teorías suministran a los poderes existentes la audacia necesaria para infligir a sus pueblos el azote de esas políticas. En suma: usted y yo somos culpables del sufrimiento de nuestros compatriotas griegos e italianos. Aunque nosotros no creemos en esos particulares modelos, la verdad es que no hemos hecho lo bastante para alertar al mundo de su toxicidad. Somos, pues, culpables.

La semana pasada, una alumna mía, enferma de cáncer, no pudo ya conseguir los fármacos quimioterapéuticos de los que depende, a causa del colapso de los contratos del Estado griego con los farmacéuticos (que están en lucha porque el Estado no les paga desde hace 18 meses). Varios de sus antiguos profesores (todos economistas) hemos puesto dinero en común para poder pagar en efectivo los fármacos. Útil y solidario como es el gesto, no nos exonera. Somos tan culpables como antes del ademán deferente. Pues fuimos nosotros los que les explicamos a los estudiantes la eficacia de los mercados financieros, los que permitimos que la era de la financiarización con esquemas Ponzi de tipo piramidal se conociera con el nombre de La Gran Moderación, los que pedíamos a nuestros alumnos fe en la capacidad de las instituciones financieras para asignar precios adecuados al riesgo: estábamos sentados de brazos cruzados, mientras nuestros estudiantes leían libros de texto que los que, negro sobre blanco, se contaba la gran mentira de que los mercados se autorregulan y que lo mejor que el Estado puede hacer es no atravesarse en el camino su camino y dejarles obrar por sí propios el milagro. Sí, mi querido colega, nuestras cabezas deberían estar colgadas de la horca de la vergüenza. Aun en el caso de que haber puesto individualmente objeciones expresas al “saber” convencionalmente recibido del gremio.

Antes de terminar esta carta, me gustaría evocar una última imagen que permite describir cómo se siente ahora mismo mi pueblo, el pueblo de Grecia. ¿Se acuerda usted de la brillante película de Fellini E la nave va? ¿Se acuerda de los refugiados de guerra tirados en cubierta y tratados como una molestia por la tripulación? No sigo, porque estoy seguro de que recuerda usted perfectamente la magistral descripción de Fellini. Pues bien; así es como los griegos se sienten hoy, y con buenas razones, dado que tienen que sufrir el papel del chivo expiatorio como primera ficha en caer que son de la larga cadena de dominós que amenaza a toda Europa con la versión postmoderna de una abominable época pasada.

Triste y cordialmente suyo,

Yanis Varoufakis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional. Actualmente, es profesor de política económica en la Universidad de Atenas.

Traducción para www.sinpermiso.info: Antoni Domènech